"Mi objetivo como escritor es desaparecer dentro de la voz de mi historia, convertirme en esa voz." Michel Dorris. (Escritor).



miércoles, 21 de septiembre de 2011

Capítulo 7

Me levanté sobresaltada. Ya había amanecido.
¿Acaso era verdad qué estaba en peligro? ¿O era mentira? En ese caso, ¿por qué Alex quería hacerme creer qué estaba en peligro?
Me senté en la cama, clavé los codos en las rodillas y hundí mi cabeza en las manos. Estuve así mucho tiempo, ya que, oí como Diana me llamaba:
- Alma, ¿estás bien? – preguntó preocupada.
- Eh… sí… claro – contesté con voz monótona.
- Es hora de levantarse – se puso de pie.
- Claro, sin problema – contesté con una voz que nunca me había oído usar.
Me levanté lentamente, con esfuerzo.
Me duché, me lavé los dientes y me puse una camiseta fina de color blanco, unos jeans y unos zapatos.
Al terminar, nos fuimos a clase. Podía sentir la mirada preocupada de Diana, aunque no quería verla así, no estaba dispuesta a contarle la verdad porque ni siquiera yo la sabía del todo.
Antes de llegar a mi aula, Diana habló:
- Alma, ¿es por Blanca?
- No, todo lo contrario.
- Entonces, ¿qué pasa?
- Ni siquiera yo lo sé, por tanto, es muy difícil que te lo explique.
Abrí la puerta y me marché, dejando a Diana en la entrada, preocupada y con una cara que reflejaba su incomprensión.
Adentro no había nadie, por tanto, me senté contra la pared y hundí mi cabeza en mis manos.
-¿Qué voy a hacer? – pensé en sollozos - ¿Qué voy  a decir? ¿Cómo voy  a seguir mintiendo a mi mejor amiga?
Estuve mucho tiempo metida en mis preocupaciones, por tanto, levanté la vista. Miré a la mesa: había una nota. La cual decía:
Alma, me temo que hoy no podré darte clase. He tenido que ir a hacer unos documentos y tardaré toda la mañana.
Lo siento.
Profesor Adams.
-¡Genial! – pensé sarcásticamente -. La única manera de olvidarme de mis preocupaciones, va y se esfuma.
Enfadada, me marché del aula.
Caminé hasta la habitación de Diana.
Abrí la puerta y entré.
Como casi no había dormido la noche anterior, decidí dormir una siesta.
Rápidamente, me dormí:
- ¡Alex! – grité.
Me encontraba en el mismo lugar que la noche anterior: un lugar oscuro, con una fina niebla e inhóspito.
- ¡Alex! – volví a gritar.
- Qué – dijo una voz serena y fría detrás de mí.
Salté debido al susto, pero me mantuve firme.
- Dijiste que estaba en peligro, pero, ¿qué puedo hacer para que el peligro cese?
Alex se quedó sin respuesta, ya que, comenzó a caminar lentamente delante de mí, pensativo.
- Tal vez… haya un opción – contestó cuando paró.
- ¿Cuál? – pregunté apresuradamente.
- Me miró a los ojos y dijo:
- Aprender el poder consciente.
Antes de que pudiera decir nada, la niebla se volvió espesa y me desperté.

Un mes después:

Ya había conseguido aprender bastante bien el poder consciente y la relación entre Diana y yo se había suavizado, ya que, aprendiendo el poder consciente me sentía mejor y menos preocupada.
No había vuelto a ver a John desde la reunión y la relación entre Blanca y yo seguía tan tensa como siempre. Y tampoco había vuelto a ver a Alex desde el sueño del mes pasado.

- Buenas noches – me despedí.
- Hasta mañana – Diana apagó la luz del velador.
Estaba tan cansada por el entrenamiento de hoy, que pronto me dormí:
Me encontraba en la vieja casa, la casa en la que murieron mis padres. Pero esta vez, estaba centrada en mi padre. Él estaba preparado y esperando a los atacantes. Los últimos entraron. Mi padre intentó defenderse con… bolas de fuego.
Me quedé desconcertada ante eso, pero seguí atenta.
Aunque se defendió con uñas y dientes, no consiguió parar a los atacantes.
Rápidamente, la escena cambió a la muerte de mi madre. Ella no utilizó el color rojo fuego, sino el azul cielo. Su barrera era de color azul cielo.
De pronto, me desperté. Era de día.
Estaba confundida y pasmada. No entendía nada.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Capítulo 6

Bueno, sé que ha pasado mucho tiempo desde mi última entrada. Por tanto, aquí dejo el capítulo 6. Debo decir también, que tengo todo planeado hasta el capítulo 10, por tanto, el blog va a recuperar su marcha habitual.
Aquí dejo el capítulo:
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Eran las cuatro y media.
No tenía nada que hacer. Nada.
Blanca había salido con sus amigas. Según ella, todos los viernes se debían salir. Era una norma juvenil. Pero para mí, era más la excepción que la norma.
Odiaba salir. No me gustaba. Sobre todo, porque siempre que salía íbamos al mismo sitio. Siempre. Estaba completamente segura, de que habían hecho un estudio y habían comprobado lo que yo siempre he sabido: los adolescentes somos monótonos.
Nunca cambiamos. Excepto en la ropa. Ésa era la excepción de nuestra monotonía.

Estaba tumbada en mi cama, mirando el techo. Miré el reloj. Eran las cinco menos cuarto. Llevaba cuarenta y cinco minutos así.
 ¡No aguantaba más! Tenía que salir. Aunque solo fuera para dar un paseo.
Salí de la habitación.
Recorrí un pasillo, doble a la derecha, seguí recto, después giré a la izquierda y andando y andando llegué al tejado.
- Y yo que creía que el Cielo no tenía fin – pensé abriendo la puertecilla.
Era hermoso. Parecía un refugio secreto. Todo estaba cubierto de flores silvestres…  Y el maravilloso sol azotando a todas, era la guinda al pastel.
- ¿Te gusta? – preguntó una voz detrás de mí.
Me giré rápidamente. Un poco avergonzada.
- ¿Diana? – pregunté con un poco de desconcierto -. Se supone que no salías hasta dentro de uno hora y cuarenta y cinco.
- Se te ha olvidado el cambio de hora.
- ¿Cambio de hora?
- Sí – afirmó -. Aquí en primavera se cambia la hora.
- Ah.
Ella soltó una pequeña risilla.
- Siento haberte hecho buscarme por todos sitios – dije como una forma de pedir perdón.
- Tranquila, no pasa nada – dijo sin darle importancia.
- ¿Dónde estamos? – pregunté viendo las flores.
- Se le puede llamar invernadero, pero para mí es mi lugar secreto – explicó -.Siempre vengo aquí a pensar y a descansar cuando todo está muy alborotado ahí abajo.
- Y viniste a pensar en dónde podía estar, ¿no? – adiviné.
- Sí.
Estuvimos hora y media charlando y disfrutando de las flores y el maravilloso sol.
                                                            ***
- ¿Vamos? – preguntó Diana poniéndose de pie.
-  ¿A dónde? – respondí interrogativa.
- Es una sorpresa – dijo tirándome del brazo y comenzando a correr.
Bajamos las escaleras y corrimos por los pasillos.
- Espero que no nos vea ningún profesor – pensé mientras corríamos a toda velocidad.

Después de unos minutos de correr a toda velocidad, llegamos al sótano.
¿El sótano?
Sí. Era el sótano.
Estábamos en una de las habitaciones del sótano, y parecía que hubiese una fiesta.
- ¿Una fiesta? – pregunté antes de entrar.
- Más o menos – contestó ella abriendo la puerta.
Al entrar, me di cuenta de porque había dicho eso.
No era una fiesta sino una reunión.
-  Diana, yo no pinto nada aquí – dije mientras intentaba marcharme -. Esto es una reunión.
Ella me cogió del brazo para que no me fuera y dijo:
- Sí, - admitió – es una reunión, pero no es una reunión cualquiera; es una reunión para “no a la guerra”.
- ¿La guerra no había acabado? – pregunté confusa mientras me giraba para poder verla.
- Eso es lo que quieren que creamos, Alma – dijo -. Tengo amigos en último curso, y tienen miedo, ya que, es muy posible que los manden a la guerra.
- Eso es terrible.
- Lo sé – admitió tristemente.
- ¿Vamos… a tomar algo? – pregunté para sacarla de su tristeza.
- Sí, claro – dijo alejando la tristeza con sus palabras.
Nos abrimos paso entre la muchedumbre hasta llegar a una mesa alargada recubierta con un mantel verde hierba y con muchos refrescos.
Cogimos uno cada una.
De pronto, un chico un poco más mayor que Diana apareció detrás de ella:
- ¿Diana, dónde estabas?   - preguntó con un toque de preocupación.
- Fui a recoger a mi amiga – dijo ella dándose la vuelta -. Ella es Alma.
- Encantado – dijo estrechándome la mano – Soy John.
- Él es mi hermano mayor – aclaró Diana.
Estuvimos escuchando los discursos, más o menos, dos horas. Después, estuvimos charlando durante bastante tiempo y cuando me quise dar cuenta, ya era de noche.
- Será mejor que nos vayamos a dormir, – dije arruinando la diversión – Ya es muy tarde.
- Sí – coincidió Diana - ¿Vienes, John?
- Yo me quedaré un rato más.
- De acuerdo – aceptó su hermana -. Adiós.
- Hasta la vista – me despedí.
- Hasta pronto.
Intentamos salir, pero tardamos un poco, ya que, había mucho gentío.
Cuando conseguimos salir, fuimos a nuestros cuartos.

Pronto llegamos a la esquina que separaba el pasillo de Diana del mío.
-¿Te acompaño a tu cuarto? – pregunté.
- Eh… claro – contestó un poco desconcertada ante la pregunta.
Caminamos tranquilamente hasta llegar a su habitación.
Cuando estuvimos en la puerta, me dijo:
-Sé que nos conocemos desde hace poco, - comenzó con timidez – pero creo que eres una gran persona y… bueno… quisiera preguntarte que si quieres compartir cuarto conmigo.
- Ahora estoy con mi hermana Blanca, pero me lo pensaré ¿vale?
- Sí, claro – aunque contestó con un poco de “alegría” se notaba  que en su voz había una nota de decepción.
Se dio la vuelta, abrió la puerta y se marchó cerrándola tras ella. Yo, al mismo tiempo, me marché a mi habitación.

Al abrir la puerta, me encontré con Blanca caminando como una posesa para todos lados. Al cerrar la puerta, me miró con cara de enfado.
-¿Se pude saber donde estabas? – casi no se podía distinguir si era una pregunta o una exclamación.
- Con unos amigos.
- ¿Qué amigos?
- Unos – comencé a caminar hacia mi cama.
- ¿Quiénes?
- Una chica que conocí en la biblioteca, su hermano mayor y algunos más.
- ¿Y ellos no se dan cuenta de que es muy tarde?
- Por eso hemos venido ahora – contesté comenzando a enfadarme.
- No quiero que salgas con ellos – afirmó muy decidida.
- Tú no decides con quien salgo o con quien no – dije enfadada y poniéndome de pie -. Ni siquiera les conoces.
- Soy tu hermana mayor, por tanto, tengo derecho suficiente para decidir con quien sales.
- Desde que hemos llegado aquí, no te has preocupado por mí ni una sola vez, por tanto, ahora no te hagas la mandona – le repliqué mientras caminaba hacia la puerta.
- No tienes a donde ir, por tanto, te quedarás aquí – contestó con un tono chulito.
- Claro que tengo a donde ir – abrí la puerta y me marché dando un portazo.
Caminé con decisión y un poco de enfado hacia el cuarto de Diana.
Di unos golpecitos a la puerta y, rápidamente, Diana me abrió.
-¿La oferta sigue en pie? – pregunté con timidez.
- Claro, pasa.
Entré. Era igual que mi antigua habitación, aunque, esta me gustaba más, ya que, estaba con una buena persona.
-Esa es tu cama – dijo señalando la cama de la ventana.
- De acuerdo – acepté -. Por cierto, ¿tienes algún pijama que me puedas dejar?
- Creo que tengo uno en el armario.
Fui hasta allí y lo busqué. Moví un poco la ropa hasta que lo encontré. Me lo puse y fui a la cama.
- Buenas noches
- Buenas noches – ella apagó la luz de la lámpara de la mesita de noche.
Cerré los ojos y me dormí.
Al instante, todo se volvió negro, frío y cubierto de una fina niebla. A la lejanía vi a un chico. Rápidamente, se acercó a mí.
-¿Alex?
- Eres una tonta – dijo de repente, con enfado.
- ¿¡Qué!?
- No has hecho caso a mi advertencia.
- Pero… - intenté disculparme – parecen buena gente. No parecen peligrosos.
- Parecer no basta.
- Son buena gente.
- ¿A eso se excluye la discusión que acabas de tener con Blanca?
- Eso es otro tema – dije alzando mi voz una octava, ya que, mi enfado volvió a florecer.
- Estás en peligro, Alma – suavizó su voz -. Créeme, lo estás. Y si no me haces caso, morirás.
La niebla que había, se intensificó hasta no poder ver a Alex.
-¡Alex, espera! – le pedí.
Pero fue en vano, ya que, de repente, me desperté.
Ya era de día.