"Mi objetivo como escritor es desaparecer dentro de la voz de mi historia, convertirme en esa voz." Michel Dorris. (Escritor).



martes, 26 de julio de 2011

Capítulo 4

- ¿Y ahora? – pregunté.
No sabía qué hacer ni que decir. No porque “no supiera”, sino porque “no entendía” lo que pasaba.
- Estás en peligro.
- Eso ya lo sabía desde que mataron a Tía Holly – expliqué.
- ¿Holly ha muerto? – parecía como si nadie se lo hubiese dicho.
- Sí.
- Era una buena persona – dijo a la nada.
- Lo era – agregué apoyando lo que había dicho.
Me sentía triste al recordar su muerte. Me sentía tan triste que unas cuantas lágrimas se deslizaron por mis mejillas hasta caer al suelo.
De repente, el suelo se convirtió en agua:
- ¡Alma, para! – me ordenó el profesor Evans intentando nadar.
- ¡No sé cómo!
- Piensa en un recuerdo feliz.
Le obedecí. Recordé cuando Blanca y yo éramos pequeñas y jugábamos al escondite en un bosquecillo cerca de la ciudad.
Cuando abrí los ojos, el suelo había vuelto.
- ¿Qué… qué… ha pasado?
- Has usado tus poderes. – explicó -. Has utilizado el mental sin darte cuenta.
- Pero yo quiero darme cuenta de lo que hago.
- Por eso yo te enseñaré a controlarlos.
Yo asentí.
- Acompáñame – dijo tranquilo y abriendo la puerta.
Iba a saltar de la cama, cuando me di cuenta de que ya no estaba.
- Debiste haberla quitado inconscientemente cuando inundaste la sala.
- Tal vez.
Caminé hasta llegar a él y juntos nos marchamos de la sala.

Salimos del colegio y me llevó hasta un paseo que estaba frente a un jardín.
- Tu madre era una persona especial – dijo deteniéndose y mirando por una de las ventanas sin cristal.
- ¿La conoció?
- Fue una de mis mejores amigas.
- ¿A sí?
- Sí – afirmó -. Junto con Holly.
- ¿Tía Holly?
El movió la cabeza en señal de afirmación.
Al terminar, salió de la ventana y siguió caminando. Yo di una zancada larga para ponerme a su altura.
Caminamos en silencio durante un rato.
- El Consejo no quería que te lo dijese pasados unos meses… - comenzó -. Pero creí que sería justo que lo supieses de una vez por todas.
Ahora que salía el tema, Tía Holly nunca me había dicho nada sobre mis padres. Ni siquiera como murieron.
- La muerte de tus padres… - dijo tímidamente – está “relacionada”… con el sueño que tenías por la noche.
- ¿Su muerte fue parecida?
Se detuvo y dio media vuelta para poder mirarme a los ojos:
- Ésa fue su muerte.
Me quedé paralizada, no me lo podía creer. Había estado soñando la muerte de mis padres sin darme cuenta.
Aunque mi cerebro no reaccionaba, mi boca preguntó rápidamente:
- ¿Quién los mató?
- Según tu recuerdo, fueron Los oscuros.
- ¿Por qué les mataron? ¿Qué hicieron?
- Estábamos en guerra, Alma.
- Solo fue por eso – dije con la cabeza gacha y disminuyendo la voz.
- Solo por eso – repitió el profesor Evans con el mismo tono de voz que el mío.
Durante un largo rato, un silencio tan fría y profundo que ni el mismísimo sol podía derretir. Aunque, una palabra de alguno de nosotros podía romperlo:
- ¿Quieres seguir practicando? – preguntó cálidamente el profesor Evans.
- Sí.
- Pues volvamos.
Volvimos al colegio y fuimos a la misma sala.

Él sacó una macetita circular con una planta muerta.
- Pobrecilla – dije con pena.
- Sí, pero tú puedes revivirla.
- ¿Cómo?
- Concéntrate.
Cerré los ojos y pensé en un recuerdo bonito:
Éramos Blanca y yo con más o menos cinco y seis. Estábamos en la habitación de Tía Holly y nos estábamos probando su ropa. Nos quedaba enorme, pero nos daba igual. Nos imaginábamos unas modelos súper famosas.
Después, abrí los ojos. Pude ver que solo una hoja había revivido.
Me desilusioné:
- No te desilusiones, Alma, – me alentó el profesor Evans – todo no sale a la primera.
Hizo un gesto con la mano, y la planta revivió de inmediato.
- Un consejo: piensa un recuerdo relacionado con lo que tienes o lo que deseas hacer.
- No lo entiendo.
- Ten un recuerdo sobre una planta, la naturaleza, las flores… o un recuerdo sobre revivir – explicó -. Pero dudo que tengas un recuerdo sobre eso.
- Comprendo.

Estuvimos así todo el día, hasta que llegó la hora de comer.
Al terminar, me fui a mi cuarto. Pensaba salir un poco, pero mientras estábamos comiendo había empezado a llover.

Cogí un libro de la pequeña estantería:
- ¿De qué va? – le pregunté a Blanca enseñándole el libro.
- No tengo ni idea – dijo sin apartar la vista del ordenador.
Hice una mueca de disgusto, pero no dije nada.
Me recosté en la cama y comencé a leer:
Marie estaba tumbada en la hierba del claro cuando el radiante sol de primavera la cegó.
De pronto, el sueño me inundó pero seguí leyendo:
Cuando despertó…
En ese instante me dormí.
Estaba en un claro. De pronto, una voz se oyó detrás de mí.
- Alma.
 Era suave, pero se notaba que había un toque de urgencia. Me giré rápidamente. Era Alex, mi compañero de clase.
- ¿Alex?, ¿qué haces tú en mi sueño?
- No, Alma. Te equivocas. Tú estás en el mío. Te he llamado.
- ¿Para qué?
- Estás en peligro. Estando con ellos estás en peligro.
- ¿Y tú que sabes?
- Mis superiores me mandaron la tarea de protegerte durante todos estos años. También sé quienes mataron verdaderamente a tus padres.
- ¿Quiénes?
- Las mismas personas con las que convives ahora mismo.

martes, 19 de julio de 2011

Capítulo 3

 - Alma,…– me llamó la atención un hombre de treinta años más o menos - … esto… es el Cielo.
- Oh – dije ocultando mi gran sorpresa -. Eh…  muy bien… de acuerdo.
- ¿Seguro que estás bien? – preguntó Abraham.
- Sí… claro – contesté rápidamente.
- Muy bien, - aceptó María – empezaréis las clases.
- De acuerdo – contestó Blanca.
Lo habría hecho yo, pero estaba demasiado aturdida y confundida como para hablar.
No me podía creer que estuviera en el Cielo. ¿Acaso estaba muerta? ¿Acaso Blanca estaba muerta también? ¿Era un sueño? ¿Una pesadilla? ¿O era real?
No. No. Esto no podía ser real.
No.

No recordaba como habíamos llegado a la habitación. No recordaba como me había tirado en la cama de al lado de la ventana. Y tampoco recordaba que había cerrado los ojos.
-         ¿Esto es real? – pregunté a la nada sin abrir los ojos.
-         Sí – dijo Blanca.
-         ¿Estás segura?
-         Sí – volvió a responder.
-         ¿Qué haremos? – pregunté levantándome lentamente y abriendo los ojos.
-         ¿Hoy o mañana? – preguntó Blanca dándose la vuelta con la silla de estudio con ruedas.
-         Me da igual.
-         Hoy, nos iremos a dormir  - respondió mirándome a mí y señalando la ventana que había detrás de mí -. Y mañana iremos al colegio.
-         ¿Al colegio? – inquirí levantándome.
-         Sí – respondió como si fuera algo obvio.
-         ¿Para qué? – pregunté acercándome a ella.
-         No puedes andar por ahí desprotegida – explicó irritada pensando que lo descubriría por mi misma -. Tienes que aprender a manejar tus poderes.
-         ¿Poderes? – pregunté entre arrogante y sorprendida.
-         Pues claro – obvió -. Todo ángel aquí lo tiene..
-         ¿Somos ángeles?
Ella hizo un gesto afirmativo.

Poco tiempo después, nos fuimos a dormir.
                                         ***
      -    Corre, ¡vamos! – le gritaba su marido.
-          No puedo, no puedo más – gemía ella resistiendo.
-          Claro que puedes – le animaba él ayudándola a seguir caminando.
Entre los dos consiguieron que la mujer volviera a caminar. Se metieron en una casa abandonada y se resguardaron en la habitación más profunda.
La mujer gemía de dolor, un dolor insoportable.
-          Tranquila, mi amor, – la consolaba él – saldremos de ésta.
Pero en la cara del hombre se reflejaba el mismo miedo que en el de la mujer.
De repente, se oyó como tiraban la puerta abajo.  El hombre fue rápidamente a la puerta principal y combatió contra los recién llegados pero, por desgracia, sus intentos de proteger a su mujer fueron en vanos.
Ella oyó como el fuego quemaba a su marido y no pudo contener el gemido de miedo y tristeza que soltó.
Los inquilinos la oyeron y rápidamente fueron hasta donde se encontraba.
La mujer cerró los ojos fuertemente y desapareció. Se trasladó a otra casa vieja y abandonada pero, esta vez, allí se encontraba otra mujer.
-          ¡Mia! – gritó la nueva mujer.
Rápidamente, la sala se preparó para un parto. Allí solo estaban ella dos, nadie más. Pronto, la mujer dio a luz a un pequeño bebe.
-          Alma – dijo con voz débil – Su nombre es Alma.
-          Sí – dijo la otra mujer poniéndole el bebe en los brazos.
-          Tú eres su madrina – dijo otra vez con voz débil.
De repente, otros hombres distintos a los de antes, irrumpieron en la habitación.
-          Cuídala – dijo Mia dándole el bebe a la otra mujer.
-          Pero…
Ella no tuvo tiempo de replicar, ya que, los hombres lanzaron bolas de fuego y Mia las paró con una barrera azul, con su último soplo de aliento.
Su amiga rápidamente se trasladó a otra casa, esta vez, mucha más bonita que las anteriores y donde estaba otra niña un poco más mayor que ella.

                                              ***
Ring, ring…
Me desperté molesta.
-         ¿De dónde a salido ese maldito despertador? – pregunté dándome la vuelta y tapándome la cabeza con la almohada.
-         Puse la alarma ayer por la noche – contestó Blanca destapándose.
-         Pues apágalo – le espeté.
-         Anda, levanta – dijo Blanca con un toque de humor en la voz y tirándome del brazo para que me levantara.
-         No – contesté alargando la palabra y soltándome de su agarre.
-         Vamos – me ordenó desapareciendo su tono alegre y destapándome.
Bufé.
Me levanté y abrí el armario.
Todo era blanco (literalmente).
Debido a la “gran” variedad que había, cogí una camiseta sin tirantes, un pantalón largo y unos zapatos parecidas a las converse.
Después me duché y esperé a que Blanca terminara.
Cuando acabó salimos.
Al salir, me di cuenta de que estábamos en un pasillo. Me paré en la puerta y observé el entorno: las paredes eran de un ámbar oscuro y los marcos de las puertas (incluida la nuestra) eran de un rojo oscuro.
-         ¿Vamos? – preguntó Blanca poniéndome una mano en mi hombro para que relajara.
-         Sí, vamos.
Caminamos por los pasillos encontrándonos con chicos y chicas de diferentes edades, desde más o menos seis o siete años hasta los dieciocho o diecinueve.

Cuando pasábamos por un pasillo (igual que los demás) alguien me llamó desde atrás:
-         ¡Alma! – me llamó un hombre de mediana edad.
Me detuve y esperé hasta que llegara.
-         Alma, él es el profesor Evans – le presentó Blanca.
-         Encantada – dije estrechándole la mano.
-         Bueno, yo me voy que si no llego tarde a clase – se apresuró Blanca.
-         Vale, adiós – dije mientras veía como corría.
-          Por aquí – me puso una mano en la espalda y me dirigió hacia otro pasillo diferente.
Pasamos por varios pasillos hasta llegar a un aula.
Era rectangular, bastante grande, con dos ventanas, varios pósters y poco más.
-         Mira – dijo para que me acercara a los pósters.
El póster representaba a una persona dividida por varios colores.
- Esta “persona” representa los tres tipos de poderes que poseemos: mental y el consciente.
El primer poder, mental, estaba en la cabeza de la persona y era representado por un pequeño círculo color azul cielo. Y el segundo poder, consciente, estaba más o menos en el abdomen y era representado por un pequeño círculo color verde.
- Comenzaremos por el poder mental – dijo -. Túmbate.
Me di la vuelta y, en medio de la habitación, había una camilla. Se parecía a la que había en los hospitales. Esas que hay en las habitaciones.
Me tumbé y él se puso detrás de mi cabeza. Al situarse, puso sus índices y anulares y mis sienes.
- El poder mental se refiere a los recuerdos, a todo lo que has vivido y a lo que vivirás – explicó -. Así,  podrás tener visiones.
No sé porqué, pero todo me sonaba a una clase de relajación, adivinación e idiotez a la vez. Todo era absurdo. Nada de esto era real. Era una estupidez.
Sí, claro, y aparte de tener poderes en lo mental, sentimental y consciente, yo iba a ver el futuro. Parecía guay, pero había que admitir que sonaba ridículo.
De pronto, tuve un “recuerdo”:
Todo estaba envuelto en un velo anaranjado:
Estaba en una casa. En el salón. Había tres personas: una mujer que entraba con una bandeja de galletas, un hombre sentado al pie del sofá y una niña pequeña (muy parecida a mí) jugando con el hombre.
- ¿Queréis galletas? – preguntó la mujer dulcemente.
- Sí, mami – dijo la niña apartándose de su padre.
- Yo también – coincidió el hombre.
De repente, una voz ajena a la escena habló, pero las personas no se inmutaron; parecía que iba dirigida a mí:
- Todavía puedes conseguir esto – dijo con voz grave y amenazadora.
Después, todo se volvió negro:
- ¡Dios mío! – exclamó el profesor Evans.
- ¿Qué pasa? – me di la vuelta para poder verle.
- ¿Has tenido “recuerdos” parecidos? – preguntó rápidamente quitando sus dedos de mis sienes.
- Creo que sí.
Después le describí el sueño que tuve ayer por la noche y antes de ayer. El de la mujer que estaba embarazada y después moría, el hombre que moría para proteger a la mujer y la niña que se queda con otra niña un poco mayor y con su madrina.
Cuando terminé de describírselo, se quedó atónito. Daba vueltas por toda la habitación llevándose las manos a la cabeza de vez en cuando, pero no se marchaba. Parecía como si buscara algo que decir antes de marcharse corriendo.
Yo, por suerte, pude darle esa satisfacción:
- ¿Qué pasa? – pregunté subiendo mi voz un poco.
- Te están acosando.
- ¿Quiénes?
Se paró y me miró seriamente:
- Los oscuros.
Después se quedó mirándome.
Me equivoqué. No se marchó.

domingo, 17 de julio de 2011

Capítulo 2

Blanca se acercó desconcertada. Se sentó lentamente a mi lado sin saber lo que hacía. Me sacó el papel lentamente, y yo no se lo impedí.
- Esto no tendría que haber ocurrido tan pronto – dijo por lo bajinis; tal vez a mí o tal vez a ella misma.
- ¿¡Tan pronto!? – pregunté alterada.
¿Acaso tía Holly y Blanca esperaban que esto ocurriera? ¿Sabían que una de las dos moriría?
¿Y quiénes son esos que han matado a tía Holly y me han dejado la nota?
- No habrán matado a tía Holly solo para desearme “feliz cumpleaños”, ¿verdad? – inquirí con miedo.
¿Y si la muerte de tía Holly solo había sido una “felicitación” y mataban a Blanca para que sea ese mi “regalo” de cumpleaños?
- No – contestó secamente; aún con la mirada en blanco -. Solo es una llamada de atención.
- ¿Llamada de atención? – Me levanté rápidamente y miré enfadada a Blanca -. ¿¡Acaso esto es un juego!?
¿¡Acaso no te importa que tu madre haya muerto!?
- ¡Claro que me importa! – contestó con irritación, saliendo de su trance.
- ¡Entonces reacciona! – contraataqué.
- De acuerdo -. Se levantó bruscamente, me agarró del brazo y me llevó hasta el ropero que había debajo de la escalera -. Entra.
- ¿Qué? – pregunté arrogante mirándola a los ojos mientras ella sostenía la puerta.
- Que entres – me empujó dentro.
Ella entró detrás de mí y cerró la puerta.
Estábamos a oscuras, pero pude ver como movía un ladrillo y tocaba un pequeño botón azul cielo.
Esperamos un momento.
Luego, Blanca abrió la puerta.
- ¡Wow! – exclamé mientras salía del ropero.
Miré la “sala”. A pocos metros del ropero, había una recepción. Al lado de la recepción, había unas cuantas puertas cerradas de ropero. Miré el suelo. ¿Estábamos en… una… nube?
Grité ante el descubrimiento. Blanca me miró preocupada; ante esa mirada le contesté.
- El suelo.
- ¡Ah! Tranquila.
Nos acercamos a la recepción.
- Hola Alama – Blanca le bajó la revista de moda que ella estaba leyendo.
Ante el gesto de Blanca, Alama la miró con cara de pocos amigos y haciendo un globo con su chicle rosa. Un momento después, me miró con la misma cara y señaló una puerta trasera.
Blanca no le dio las gracias, ni siquiera un asentimiento de cabeza.
Yo la seguí, con un gran deseo en la lengua de decirle sobre el gran error que cometió al no darle las gracias a Alama. Pero temía que se enfadara y me dejara sola.
- Aunque siempre puedo volver a la recepción, coger un ropero, mover el ladrillo, pulsar el botón azul y volver a casa – pensaba distraída -. Pero, ¿qué haría después? No puedo ir a casa de una amiga; la pondría en peligro.
De repente, una mano me tiró hacia la izquierda.
- ¿Es que no ves por dónde vas? – preguntó Blanca entre irritada y enfadada.
Miré y, pude ver que había una especie de farola. Cuando me quise dar cuenta, Blanca había seguido caminando. Seguramente habría pensado que la seguiría, pero yo ya estaba harta de que me tratara así. Por tanto, me levanté y me dirigí hacia algún sitio.
Caminé y caminé hasta que encontré un pequeño parque con una fuente y un quiosco.
Me acerqué a la tiendecilla y miré a la mujer que había detrás del mostrador.
- Hola preciosa, ¿qué puedo hacer por ti? – preguntó mirándome con una gran sonrisa.
- ¿Me da una chocolatina? – intenté decir con tono amable para ocultar mi enfado.
- Claro.
Se dio la vuelta; la cogió y se volvió a dar la vuelta.
- ¿Cuánto es?  - pregunté mientras sacaba unos euros y unos céntimos.
- Oh cariño, veo que te has olvidado de hacer el cambio de monedas – pasó la mano por las monedas y, una onda azul las convirtió en otro tipo de monedas -. Aquí tienes.
- Gracias – contesté recogiendo la chocolatina y las monedas restantes.
Caminé hasta sentarme en un banco que estaba cerca de la gran fuente. Abrí el papel para poder comer la chocolatina y, mientras me la comía miraba el extraño nube-suelo. 
Después de comérmela, me quedé mirando el bonito pero extraño paisaje.
- Sabes… - dijo una voz con un toque de arrogancia – me has dejado en ridículo delante de todo el Consejo de Sabios.
- Que pena – dije con el mismo tono de arrogancia y sin mirarla.
No tenía ni idea de qué era eso del Consejo de Sabios, pero me daba igual. Ya me daba igual lo que ocurriera, lo que pasara. Sin tía Holly, todo daba igual. Ella siempre había sido mi inspiración, mi ayuda. Ella siempre había estado ahí cuando la había necesitado. Pero ahora… ahora ya no la tenía a mi lado. Ya nunca comería sus deliciosas patatas fritas. Ya nunca oiría discutir a Blanca y a ella sobre el uso del Mp4.
- Siento mi comportamiento – dijo Blanca dulcemente sentándose en el banco.
- ¿Ahora qué pasará? – dije entre sollozos.
- No lo sé – contestó rodeándome con su brazo derecho -. Lo único que podemos hacer, es seguir adelante.
- Cierto – me levanté rápidamente mostrando fortaleza.
- Hay que ir a ver al Consejo de Sabios – indicó.
- Pues vamos – contesté con una alegría mezclada con fuerza de voluntad.
- Vamos – Blanca se puso de pie y juntas fuimos a ver a ese Consejo.
                                
Entramos en un enorme edificio, recorrimos varios pasillos hasta llegar a una sala. Dos guardias nos abrieron la puerta y entramos en una sala redonda. La sala aparte de ser redonda, tenía ventanas enormes sustituyendo a las paredes.
Conté las personas que había en la sala: doce – omitiéndonos -. Pude ver la cara de póker que tenían cada uno de ellos; debido a eso, mi alegría y mi fuerza de voluntad se esfumaron de repente.
De pronto, oí como una voz masculina hablaba conmigo.
Volví de mis pensamientos y le presté atención.
No sabía cómo había llegado al centro de la sala, pero en ese momento me dio igual.
- Bueno Alma, cómo ya sabes, estás en peligro… - dijo un hombre mayor con una barba muy larga -. Te hemos traído aquí, para que aprendas a usar tus poderes y puedas defenderte de los ataques de Los oscuros.
- ¿Los oscuros?
- ¿No se lo has contado? – preguntó indignada la mujer que estaba al lado del hombre mayor.
- No sabía cómo… - intentó explicar Blanca.
- Alma,…– me llamó la atención un hombre de treinta años más o menos - … esto… es el Cielo.

viernes, 8 de julio de 2011

Capítulo 1

     -    Corre, ¡vamos! – le gritaba su marido.
-          No puedo, no puedo más – gemía ella resistiendo.
-          Claro que puedes – le animaba él ayudándola a seguir caminando.
Entre los dos consiguieron que la mujer volviera a caminar. Se metieron en una casa abandonada y se resguardaron en la habitación más profunda.
La mujer gemía de dolor, un dolor insoportable.
-          Tranquila, mi amor, – la consolaba él – saldremos de ésta.
Pero en la cara del hombre se reflejaba el mismo miedo que en el de la mujer.
De repente, se oyó como tiraban la puerta abajo.  El hombre fue rápidamente a la puerta principal y combatió contra los recién llegados pero, por desgracia, sus intentos de proteger a su mujer fueron en vanos.
Ella oyó como el fuego quemaba a su marido y no pudo contener el gemido de miedo y tristeza que soltó.
Los inquilinos la oyeron y rápidamente fueron hasta donde se encontraba.
La mujer cerró los ojos fuertemente y desapareció. Se trasladó a otra casa vieja y abandonada pero, esta vez, allí se encontraba otra mujer.
-          ¡Mia! – gritó la nueva mujer.
Rápidamente, la sala se preparó para un parto. Allí solo estaban ella dos, nadie más. Pronto, la mujer dio a luz a un pequeño bebe.
-          Alma – dijo con voz débil – Su nombre es Alma.
-          Sí – dijo la otra mujer poniéndole el bebe en los brazos.
-          Tú eres su madrina – dijo otra vez con voz débil.
De repente, otros hombres distintos a los de antes, irrumpieron en la habitación.
-          Cuídala – dijo Mia dándole el bebe a la otra mujer.
-          Pero…
Ella no tuvo tiempo de replicar, ya que, los hombres lanzaron bolas de fuego y Mia las paró con una barrera azul, con su último soplo de aliento.
Su amiga rápidamente se trasladó a otra casa, esta vez, mucha más bonita que las anteriores y donde estaba otra niña un poco más mayor que ella.

-         ¡Alma despierta!  - gritó Blanca en mi oído.
-         Vete – le ordené, medio dormida, tirándole la almohada.
-         Es tu cumpleaños – replicó esquivándolo – No pienso dejar que te pases todo el día dormida.
-         Pues yo sí me pienso dejar.
-         No – dijo cogiéndome del brazo y obligándome a levantarme de la cama.
Debido a eso, me tuve que poner en pie porque sino, me hubiera dado de bruces contra el suelo.
Me vestí con unos vaqueros, una camiseta que dejaba ver mi hombro derecho y unas converse. Después, bajé al salón para desayunar.
-         ¡Sorpresa! – gritó tía Holly.
-         Wow.
Eran varios paquetes pequeños y, en el mismo instante en que los vi, supe lo que eran: ropa nueva.
-         Me encanta – dije aún sin abrirlos.
Como supuse, era ropa: muchas camisetas, algunos vestidos, algún que otro par de zapatos y varios pantalones.
-         ¿Te gusta? – preguntó tía Holly.
-         ¿Estáis de broma? – dije sorprendida – Los adoro.
Antes de que pudiera decir la última frase, las abracé.
-         Venga chicas, - nos alertó tía Holly – tenéis que ir al instituto.
-         Vamos – dije soltándome de ellas.
-         De acuerdo – aceptó Blanca a regañadientes y con la cabeza gacha.
Cogimos nuestras mochilas y fuimos caminando hasta el colegio.
En el trayecto, me rompí el coco pensando en el sueño que había tenido por la noche. ¿Era un sueño o un recuerdo?
                            ***
Llegamos al instituto.
Mis amigas estaban en el muro – como siempre – pensé.
Al llegar, Abigail me dio una pequeña caja morada:
-         Esto es de parte de todas – justificó.
-         ¿Qué es? – dijo agitándola cerca de mi oído.
-         Ábrelo.
-         De acuerdo – dije dejando mi mochila a un lado y sentándome en el muro.
Desaté con cuidado el pequeño nudo que habían hecho con una cinta lila trasparente y lo abrí: era un colgante.
Se parecía a una clave de sol y, en el medio, tenía un brillantito que simulaba un diamante.
      -     ¡Me encanta! – dije poniéndomelo en la mano para verlo mejor.
-         ¿Te lo pongo? – me preguntó Isabel.
-         Sí.
Poco después de que Isabel me lo terminara de poner, sonó la sirena y subimos a clase.
Marina e Isabel fueron a sus respectivas aulas y Abigail y yo fuimos a la nuestra.
La clase de matemáticas comenzó enseguida.

Como era de esperar, Abby dibujaba en su pequeño cuaderno de notas, Ricky montaba aviones de papel para tirarlos cuando nuestra profesora no le veía, Alfred estaba absorto en el paisaje de afuera, Marina cuchicheaba sin parar con Claudia y… Alex… bueno, Alex estaba absorto en sus propios pensamientos - como siempre - .

La clase transcurrió muy lentamente y, para nuestra desgracia, llegó historia.

-         Alex, ¿me puedes entregar esa… cosa? – le “preguntó” el Sr. Minks extendiendo la mano.
-         No.
-         ¿No?
-         No – volvió a contestar él secamente.
-         Dame esa cosa – dijo el profesor, irritado, arrancándoselo de la mano.
De repente, la sala se sumió en una especie de niebla anaranjada. Y por miedo, el profesor le devolvió el utensilio a Alex. Después, la niebla desapareció.
De pronto, sonó la campana que indicaba el recreo.
Todos salimos disparados al patio, no sabía si era por miedo a esa niebla o por deseo de salir de clase.

Al salir, Abby fue a contarles a Marina y a Isabel lo ocurrido con la niebla. Yo, por otro lado, fui a contárselo a mi hermana.
No sabía si era correcto, pero algo me decía que debía contárselo a Blanca.
Cuando se lo conté, se quedó con una cara que nunca la había visto… de…  ¿estupefacción?
-         ¿Estás segura de que era una niebla anaranjada?
-         Sí.
-         De acuerdo – dijo alterada, pero con un tono “tranquilo” – Cuando termines las clases, quiero que vayas directamente a casa.
-         Pero, ¿y tú?
-         No me esperes, ve directamente a casa. No te distraigas, ¿sí?
-         Muy bien.

      Al terminar las clases, hice justamente lo que Blanca quería: me fui a casa sin esperarla.

Llegué a casa:
-         ¡Hola, tía Holly! – grité para que me oyera desde la cocina - ¡Ya estoy en casa!
Ella no contestó, supuse que estaría-como siempre- escuchando música con el Mp4 de Blanca.
-         Si Blanca se da cuenta de que lo ha vuelto a utilizar, se pondrá hecha una furia – pensé mientras subía las escaleras.
Dejé la mochila en mi cama y bajé para ir a la cocina.
Al bajar, me encontré con Blanca cerrando la puerta.
-         ¿Y tía Holly?
-         No lo sé – dije negando con la cabeza – Supuse que…
Dejé la frase incompleta pensando que si se lo decía, se enfadaría.
Fuimos a la cocina y… nos encontramos con tía Holly… tirada en el frío suelo.
Solté un grito agudo acompañado por un brinco.
-         ¿Está…? – pregunté miedosa.
Blanca le tocó el cuello con dos dedos buscándole el pulso y asintió lentamente.
De mis ojos empezaron a salir lágrimas. Blanca se acercó a mí y me abrazó. Juntas empezamos a llorar.
De repente, vi algo debajo de la mano izquierda de la tía Holly. Me separé de mi hermana y me acerqué a mi difunta tía.
Cogía el papel y lo leí para mí:

FELIZ CUMPLEAÑOS, Alma.

- ¿Y esto? – pregunté intrigada enseñándole el papel a Blanca.