"Mi objetivo como escritor es desaparecer dentro de la voz de mi historia, convertirme en esa voz." Michel Dorris. (Escritor).



domingo, 14 de agosto de 2011

Capítulo 5

Me desperté sobresaltada.
No era posible.
 No.
¿Acaso Blanca y Tía Holly me habían mentido?, ¿o era Alex el mentiroso?
No tenía ni idea, pero de una cosa estaba segura: estaba en peligro.
¿Acaso sus propios camaradas habían matado a Tía Holly? Y  si así era, ¿por qué?
Y si Alex era el mentiroso, ¿por qué me hacía esto?, ¿para qué? ¿Qué quería de mí?
De pronto, sonó el despertador.
Salí de la cama de un salto y me fui al baño para darme una ducha de agua fría. Eso siempre despejaba mi mente.
Pero esta vez no lo hizo.
Todavía seguía en mi laberinto, y no encontraba ni una pista para poder salir.
Me terminé de secar, me lavé los dientes y me vestí.
En menos de quince minutos ya había terminado.
Esperé a que Blanca terminara de vestirse, y juntas fuimos al comedor.
Paseamos por los pasillos como cualquier otro alumno.
Llegamos al comedor. Nos sentamos junto con las amigas de Blanca y ellas empezaron a charlar sobre un examen, o algo parecido, pero no les presté atención. Yo tenía mis propios problemas.
Cuando terminamos de desayunar ellas se fueron por un pasillo y yo me fui por otro, acompañada por muchos otros alumnos.
Pronto llegué a mi sala.
El profesor Evans me esperaba dentro:
- Buenos días, Alma.
- Buenos días, profesor.
- Profesor, ¿qué son Los oscuros exactamente?
- Esa es una pregunta que he estado esperando a que me la hagas – dijo -. Se puede decir que son los ángeles caídos, los servidores del infierno y del Diablo.
- ¿Y sus poderes son iguales a los nuestros?
- Más o menos – contestó neutralmente -. Sus poderes están basados en los que tenían cuando eran ángeles, pero los sentimientos oscuros como el odio la ira… los convierten en poderes de destrucción, poderes apocalípticos.
- Comprendo.
De pronto, mi cerebro formuló una pregunta que mi boca no pudo evitar decir:
- ¿Es posible que un Oscuro vuelva a ser ángel?
- Es muy difícil.
Después, un profundo silencio se apoderó de la sala.
- ¿Seguimos con la clase? – pregunté para romper el hielo.
- De acuerdo.
Él sacó la plantita del armario y la puso sobre la mesa.
- Vamos – me animó.
Pensé en un recuerdo feliz relacionado con la naturaleza:
Tía Holly, Blanca y yo estábamos tiradas en la fresca hierba del campo. Era un día soleado, y lo único que hacíamos era disfrutar del precioso sol.
Después, abrí los ojos.
La planta había revivido.
Pestañeé.
La planta estaba muerta.
- ¿¡Cómo es posible!? – pregunté exaltada.
- Piensas en la muerte, Alma – me explicó tranquilamente el profesor Evans -. Recuerdas a alguien que ha muerto. Es un recuerdo feliz, sí, pero en él entra la muerte, por tanto, no es feliz del todo.
- Tía Holly – dije por lo bajinis.
- Prueba otra vez.
Cerré los ojos y pensé en un recuerdo:
Salía de casa, (tendría unos siete años) iba muy feliz con mi regadera al patio trasero a regar a las plantas. Cuando llegué, empecé a regarlas.
Abrí los ojos, y allí estaba la planta. Viva.
¡Estaba viva!
- ¡Muy bien, Alma!
- ¡Lo he conseguido!
Grité, salté y me felicité por toda la habitación.
- ¿Y ahora? – pregunté llena de entusiasmo.
- Ahora vas a ir a descansar.
- ¿Descansar? – pregunté mientras mi entusiasmo desaparecía.
- Sí – afirmó -. El poder consciente necesita un gran tiempo de descanso y tranquilidad. Y por lo que puedo ver tú no estás tranquila.
- No, no lo estoy – admití eufórica.
- Ve a tomar algo, a dormir, a leer…, mañana seguiremos.
- De acuerdo – dije algo atontada.
Después, me marché.

A estas horas, todos estaban en clase, así que, decidí vagabundear por los pasillos.
Mientras caminaba, encontré la biblioteca. No tenía nada que hacer, así que, entré.
Solo había una chica, exceptuando al bibliotecario.
Cogí un libro cualquiera y me senté al lado de la chica.
Abrí por una página cualquiera y comencé a leer:
Amanda estaba aovillada en la esquina más recóndita de la sala, pero eso no bastaba para detener a (…)
 Se me ocurrió levantar la vista y vi que en el montón de libros que tenía la chica, había uno titulado: Los oscuros.
- ¿Puedo? – le pregunté poniendo una mano en el libro.
- Claro.
Lo cogí y empecé a leer por la página 1.
No leí ni la segunda palabra cuando la chica se presentó:
- Soy Diana.
- Yo soy Alma – me presenté -. Por cierto, ¿qué haces con tantos libros?
- Estoy estudiando para un examen de la semana que viene.
- ¿No se supone que tienes que estar en clase?
- Es mi hora libre – respondió -. No te he visto por clase, ¿eres nueva?
- Más o menos.
- Espera, - dijo como si hubiera descubierto algo muy importante – eres Alma… ¿no tienes un profesor particular?
- Sí.
- ¿Puedo preguntar por qué?
- Sinceramente, no tengo ni idea.
Las dos nos reímos.
Empezamos a charlar y pronto nos hicimos amigas.
En una hora, ya nos habíamos quedado sin tema de conversación. Por “suerte”, sonó la campana que indicaba la hora de comer.

- ¿Te quieres sentar con nosotras? – me preguntó antes de entrar al comedor.
- Claro, sin problema.
Nos sentamos con unas chicas de, más o menos, nuestra edad. Hablamos un poco, y después comenzamos a comer.
Al terminar, acompañé a Diana a su clase.
- ¿Quieres quedar a las seis y media aquí? – me preguntó antes de entrar a la clase.
- Claro.
- Vale, hasta luego – se despidió.
- Adiós.
Después, me marché.

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