"Mi objetivo como escritor es desaparecer dentro de la voz de mi historia, convertirme en esa voz." Michel Dorris. (Escritor).



viernes, 7 de octubre de 2011

Capítulo 8

Miré el reloj, eran las nueve y media de la mañana.
No tenía tiempo para esperar a la tarde, lo que había soñado era muy importante y tenía que descubrir qué ocurría.
Me levanté de la cama en silencio, ya que, Diana todavía estaba durmiendo. Me vestí con ropa sencilla y me marché dejando una nota que decía que estaba en la biblioteca.

Caminé con apuro hasta la biblioteca. Acababan de abrir, por tanto, entré como un torbellino, sin molestarme si quiera en preguntar si podía entrar.
-¿Necesita algo, señorita? – preguntó el Sr. Gren, el bibliotecario.
- He venido a buscar información.
- ¿Tan temprano? – inquirió después de ver su reloj de muñeca.
- Es muy urgente – expliqué con apuro y urgencia.
- De acuerdo – cedió -. ¿Quiere que la ayude?
- No, no hace falta.
Y, sin decir nada, se dio la vuelta y se puso a hacer sus tareas.
Me quedé un momento observándole y, después, fui como un torbellino hasta la estantería más cercana.
Cogí el gran libro de “Los ángeles” y busqué la sección de “poderes”.
Leí un poco, el cual decía: Los ángeles tienen dos tipos de poderes: consciente y mental. El primer poder, determina tus deseos, tus enfoques. Este poder tiene varias fases: recibido, caballero y alto. El poder consciente recibido es aquel que poseen todos los niños que comienzan a aprender este poder, dicho poder se expresa con el color blanco.
De pronto, recordé que hacía unas semanas hice que la mesa del profesor flotara, y el color que había envuelto la mesa era blanco.
-Ya entiendo. – pensé deteniéndome – El color que despiden las manos al utilizar el poder consciente representa el nivel que tienes con dicho poder.
Seguí leyendo: El poder consciente caballero es aquél que poseen los adultos y algún que otro adolescente. Se representa con el color azul. Y, por último, está el poder consciente alto. Este poder es aquel que poseen los miembros del Consejo y algunos adultos. Se representa con el color amarillo claro. También…
Me detuve. Volví a leer la frase que describía a los Caballeros: El poder consciente caballero es aquél que poseen los adultos y algún que otro adolescente. Se representa con el color azul.
- De acuerdo, esto explica qué rango tenía mi madre, pero, ¿y mi padre? – cerré el libro, frustrada y molesta por no haber encontrado la respuesta.
Al cerrar el libro, pude sentir la severa y penetradora mirada del Sr. Gren, mas lo ignoré.
Me levanté e intenté tranquilizarme. Guardé el libro en su sitio y me volví a sentar para poder pensar.
-Si mi padre no entra en esas categorías, significa que no es un ángel – me expliqué a mí misma -. Pero, entonces… ¿qué es?
En ese momento descubrí la verdad: mi padre era un ángel caído, un oscuro.
Me quedé de piedra. Era imposible. Era anormal. No era posible que un ángel se enamorara de un ángel caído. ¡No!
-Pero, entonces ¿qué es?
No me iba a quedar con la duda, por tanto, busqué el libro de “Los Oscuros”. Estaba ansiosa, preocupada e intrigada. Eran demasiadas sensaciones juntas.
De pronto, lo encontré. Lo cogí y me senté.
Lo abrí y busqué la sección de “poderes”. Comencé a leer: Los poderes de los Oscuros solo tiene un estilo: sombrío El poder sombrío se divide en tres etapas: caído, superado y maestro. El poder sombrío caído es aquel que poseen los oscuros recién caídos a las garras del Demonio. Se representa con el color azul oscuro. El poder sombrío superado es aquel que poseen los oscuros que han aceptado su caída y que se entregan totalmente al Demonio. Se representa con el color rojo. Y, por último, está el poder sombrío maestro. Este poder solo lo posee el propio Demonio. Nadie sabe con qué color es representado. El…
Me detuve, ya que, ya sabía todo lo que debía y quería saber. Sin duda alguna, mi padre era un oscuro.
De repente, se le ocurrió quién podía ayudarla a entender todo lo ocurrido.

Salió de la biblioteca con la misma rapidez con la que había entrado.
Corrió por los pasillos en dirección a la recepción. Mientras corría por los pasillos cercanos a su habitación, se encontró con Diana. Iba en bata con unos zapatos de andar por casa.
-¿Adónde vas? – preguntó deteniéndose en seco.
- Voy a la Tierra.
- ¿A qué? – inquirió en un tono que daba a decir que allí no había nada interesante.
- Voy a ver a alguien – contesté intentando eludir sus preguntas.
- ¡Espera! – exclamó cogiéndome del brazo.
- No tengo tiempo – contesté sin pensar.
- ¿Por qué?, ¿qué ocurre?
- Nada – negué.
- No me lo creo – dijo -. ¿Qué ocurre?
Solté un gran suspiro, bajé la cabeza y, después de un momento, subí la cabeza para relatarle toda mi historia. Ella se quedó callada mientras yo se lo contaba. Al terminar, dijo:
-Entiendo que quieras ir a ver a Alex, ya que, según dices, crees que tiene todas las respuestas, – dijo – pero, ¿Cómo piensas hablar con él si no sabes dónde está?
Estaba tan desesperada y ansiosa por ir a ver a Alex, que no me había acordado del detalle más importante: donde estaba Alex.
-No… no lo sé.
- Esperemos que pase el día y, por la noche, cuando te duermas se lo preguntas.
- De acuerdo.
El día pasó muy lento, era como si el sol no quisiera ayudarme. Aparte de que no podía ir a clase, ya que, era sábado. Aún así, se tuvo que ir, el cual fue sustituido por la luna.

Me acosté con la ropa puesta. Estaba deseosa de dormirme, por tanto, no podía.
5 minutos después.
10 minutos después.
15 minutos después.
20 minutos después.
Cuando pasaron 25 minutos, descarté la posibilidad de dormirme. Y, en ese momento, me dormí.
Aparecí en la conocida pero inhóspita oscuridad. Y, sin pensármelo dos veces, exclamé.
-¡Alex! – no hubo respuesta – ¡Alex!
Esperé.
-Qué – susurró a mi oído.
Di un respingo pero mi voz sonó seria.
-Sé que mi padre era un oscuro – expliqué -. Al igual que intuyo que sabes mucho más de lo me dices.
- ¿Y qué? – preguntó con voz fría.
- Quiero hablar contigo en persona.
- Ahora, en tu antigua casa.
Y, sin decir nada más, se camufló entre las sombras hasta desaparecer por completo.
Cerré los ojos fuertemente, y me desperté.

Diana estaba dormida, por tanto, intenté marcharme sin despertarla, pero fue imposible.
-¿Alma? – preguntó medio dormida.
- Sí – contesté sosteniendo la puerta entreabierta.
- ¿A dónde vas? – preguntó refregándose los ojos.
- A… -dudé
Diana era mi amiga, pero no quería meterla en un lío como el que yo me encontraba envuelta en aquellos momentos.
Cuando me quise dar cuenta, estaba a mi lado.
-¿¡A dónde!? – exigió saber.
- No vas a venir conmigo – me limité a decir soltándome de su agarre.
Y, sin decir nada más, me dispuse a marcharme pero me volvió a detener.
-Quiero ayudarte, pero no me dejas – dijo con voz más dulce.
- No puedes.
- Sí, puedo y lo sabes – explicó -. Solo que no quieres admitirlo.
Solté un gran suspiro y me limité a decir:
-De acuerdo.
Se puso una bata y nos marchamos.

Corrimos por los pasillos lo más inaudiblemente posible, pero cuando estábamos a punto de llegar a la recepción para coger un transportador, nos sorprendió alguien.
-¿A dónde vais? – preguntó una conocida voz.
Nos paramos en seco. Nos dimos la vuelta lentamente.
Era John.
-A ningún sitio – contesté rápidamente.
- ¿A dónde vais? – exigió de nuevo.
Miré a Diana.
-Puedes contárselo.
Confiaba mucho en Diana, por tanto, seguí su promesa.
Rápida y resumidamente le conté todo, al terminar, John se quedó pasmado.
-¿Vienes o no? – pregunté con apuro -. No tenemos toda la noche.
-Sí – contestó seria y rápidamente.
Caminamos con decisión hasta llegar a un transportador, nos metimos en él.

1 comentario:

  1. aaaaa personalmente , me encanta el tal Alex es que es tan misterioso,tal lindo ...por que admitamolo esta rebueno el tipo...y ahora que pasara?
    publica pronto plissss

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