"Mi objetivo como escritor es desaparecer dentro de la voz de mi historia, convertirme en esa voz." Michel Dorris. (Escritor).



miércoles, 12 de octubre de 2011

Capítulo 9

Poco después, aparecimos en lo que antes había sido mi ropero mas ahora estaba lleno de polvo y suciedad.
Salimos y nos dirigimos al salón. Antes de llegar, me desvié un momento para ir a la cocina. Para ir a ver a Tía Holly.
Al llegar, me percaté de que todo estaba lleno de polvo y suciedad pero el cuerpo de mi difunta “tía” no estaba. No quería recordar aquél horrible suceso, por tanto, me marché, aunque mi duda estaba ahí: ¿qué habían hecho con el cuerpo de Tía Holly?
Al llegar, vi que Alex ya estaba allí, de pie: era un poco más mayor que yo, uno o dos años más. Tenía el pelo rubio y bastante ondulado. Llevaba ropa negra y sus ojos eran color ámbar.
Me coloqué en el medio de mis amigos.
Esperamos un momento.
Posó su mirada en mí, en ese instante pude sentir como en mi interior aparecía algo inexplicable: era un especie de deseo, era “algo” que combinaba el miedo y… la… la… la ¿cercanía? Sentía como si lo conociera de toda la vida; era como si me reuniera con un viejo amigo, un amigo que no lo había visto desde hacía mucho tiempo pero… no… no sentía como si solo fuera un amigo, sentía como si fuese alguien aún más cercano. Pero al mismo tiempo, sentía miedo y temor. Sentía el poder oscuro rondando alrededor de mí, sentía al enemigo cerca. Sentía a un oscuro cerca.
Le miré a los ojos, le reté a que dijera algo pero el no cedió y posó su mirada en Diana. Parecía intrigado y enfadado, pero no dijo nada. Y, al final posó su mirada en John. Ahí se hizo público su enfado. Aunque no era un enfado en sí, en realidad era una especie de repugnancia, desprecio y aversión. Pero tampoco dijo nada. Por tanto, yo rompí el hielo:
-¿Y el cuerpo de Holly?
- Se lo llevaron poco después de que fueras al Cielo – contestó con voz monótona.
- ¿Quiénes? – exigí saber.
- Los ángeles.
Algo me decía que todas sus respuestas serían así, por tanto, intenté seleccionar bien mi pregunta, la cual zanjaría el tema de Holly:
-¿Por qué no tengo constancia de ello?
- No tienes constancia de muchas cosas, Alma – explicó – por tanto, no te vuelvas loca con una de las muchas incógnitas que hay en tu vida.
Sus palabras me desconcertaron en un sentido bastante raro, pero dejé el tema:
-¿Qué puedo hacer para que la guerra termine?
- Una simple persona, una simple niña no puede hacer que una guerra que durado más de 30 años cese.
- ¡Me dijiste que podría salvar a mis amigos! – exclamé alzando una octava mi voz.
- Eso fue justamente lo que te dije – explicó con tranquilidad y seriedad- . Te dije que podrías salvar a tus amigos, no que pudieras detener la guerra.
- Nosotros podemos cuidarnos solos – dijo John con una tranquilidad engañosa.
- Entonces no hay nada más que hablar – contestó Alex mirando a John con desdén.
- ¿¡Entonces para qué te aparecías en los sueños de Alma!? – gritó Diana.
Alex no contestó pero su mirada me dio a entender: “Creí que seríais más listos”. En ese momento, el chico miró por la ventana. Estaba amaneciendo. Mis ojos se volvieron hacia la misma dirección.
-La conversación ha terminado – finalizó Alex.
Segundo más tarde, la habitación se inundó de una niebla anaranjada y espesa. Igual que el día en que asesinaron a Holly. Cuando la niebla se disipó Alex no estaba, se había marchado.
Nos quedamos un momento callados.
-Deberíamos volver – propuso John como si solo hubiera sido una conversación normal.
- Mi hermano tiene razón, Alma – Diana me puso una mano en el hombro.
- Volvamos – coincidí.


Caminé con rapidez y apuro hasta llegar al aula. Llegaba tarde.
Abrí la puerta y la cerré tras de mí:
-Lo siento, profesor Evans – me disculpé, jadeando.
- No te preocupes – contestó sin darle importancia.
Me quedé un poco desconcertada ante esa respuesta, ya que, no era normal que ningún profesor te dijera eso después de haber llegado tarde, pero no le di mucha importancia.

La clase fue demasiado aburrida. Pensaba que seguiríamos practicando el poder consciente, pero, en vez de eso, estuvimos dando historia. Me explicó como habían llegado los ángeles y cómo había caído el primer ángel.
Si no hubiera sido porque pude sentarme en una silla, me hubiera caído por el sueño que me causaba.
Pero, se había terminado y era libre… hasta el día siguiente. Pero se había terminado.

Me acosté en la cama.
-Buenas noches – me despedí.
-Hasta mañana – contestó Diana.
Después, apagué el velador y me dispuse a dormirme.
Pero no pude.
Las horas pasaron y pasaron, pero no conseguía conciliar el sueño. Pero tampoco iba a condenar a Diana a mi penoso intento de dormir.
Miré el reloj; eran medianoche.
Solté un gran suspiro de enfado, conmigo misma por no poder dormirme.
De repente, la puerta del cuarto se abrió poco a poco. Sin dudarlo, me levanté para cerrarla.
 Miré afuera por pura curiosidad, aunque no esperaba ver nada, mas no fue así. Afuera había una mujer de mediana edad, no, un mujer no, el fantasma de una mujer.
Estaba de pie al fondo del pasillo. Me quedé sin palabras, sabía quien era, pero solo la había visto en sueños.
Era mi madre.
-Mamá – murmuré.
Ella no dijo nada pero me hizo una seña para que la siguiera. Y yo, sin dudarlo ni un momento, la seguí.
Ella no dijo nada en el trayecto, por tanto, intuí que a donde me conducía descubriría algo muy importante. Por tanto, no rompí el hielo.

Caminamos un rato hasta llegar al sótano, a una habitación igual en la que se había celebrado la reunión.
Entramos.
Todo estaba oscuro, solo la tenue luz del fantasma de mi madre iluminaba la sala.
La miré a los ojos.
-Mamá… - dije intentado entablar una conversación.
- Te queremos, hija – cortó con amabilidad y cariño.
Después, desapareció poco a poco junto con su luz.
Instante después, una bola de luz se encendió en mi mano.
Caminé hasta la pared y encendí el interruptor de la luz.
Miré por la habitación y, allí, al fondo, estaba Alex. De pie y son el semblante serio, como siempre.
-Soy un ángel caído – explicó de repente.
Eso me puso nerviosa. Intuía que lo era, pero al oírlo de sus propios labios me puso más nerviosa de lo que creía, por tanto, intenté marcharme.
Retrocedí poco a poco, tanteando la pared para encontrar la puerta. Cuando la encontré, intenté abrirla pero estaba bloqueada.
-No intentes salir, Alma, – le advirtió – no lo conseguirás.
En ese instante, comprendí que sería imposible marcharme sin que él me lo permitiera.
-Evans dio la orden de matar a Holly – prosiguió.
Me quedé sin palabras, ¿cómo era posible que una buena persona como el profesor Evans hiera semejante acción?
Pero Alex no se quedó ahí:
-Al igual que fue el culpable de que asesinaran a nuestros padres – finalizó.
¿¡Qué!? Eso significaba… eso significaba… que… que… que Alex… era… era… mi hermano.

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