"Mi objetivo como escritor es desaparecer dentro de la voz de mi historia, convertirme en esa voz." Michel Dorris. (Escritor).



domingo, 17 de julio de 2011

Capítulo 2

Blanca se acercó desconcertada. Se sentó lentamente a mi lado sin saber lo que hacía. Me sacó el papel lentamente, y yo no se lo impedí.
- Esto no tendría que haber ocurrido tan pronto – dijo por lo bajinis; tal vez a mí o tal vez a ella misma.
- ¿¡Tan pronto!? – pregunté alterada.
¿Acaso tía Holly y Blanca esperaban que esto ocurriera? ¿Sabían que una de las dos moriría?
¿Y quiénes son esos que han matado a tía Holly y me han dejado la nota?
- No habrán matado a tía Holly solo para desearme “feliz cumpleaños”, ¿verdad? – inquirí con miedo.
¿Y si la muerte de tía Holly solo había sido una “felicitación” y mataban a Blanca para que sea ese mi “regalo” de cumpleaños?
- No – contestó secamente; aún con la mirada en blanco -. Solo es una llamada de atención.
- ¿Llamada de atención? – Me levanté rápidamente y miré enfadada a Blanca -. ¿¡Acaso esto es un juego!?
¿¡Acaso no te importa que tu madre haya muerto!?
- ¡Claro que me importa! – contestó con irritación, saliendo de su trance.
- ¡Entonces reacciona! – contraataqué.
- De acuerdo -. Se levantó bruscamente, me agarró del brazo y me llevó hasta el ropero que había debajo de la escalera -. Entra.
- ¿Qué? – pregunté arrogante mirándola a los ojos mientras ella sostenía la puerta.
- Que entres – me empujó dentro.
Ella entró detrás de mí y cerró la puerta.
Estábamos a oscuras, pero pude ver como movía un ladrillo y tocaba un pequeño botón azul cielo.
Esperamos un momento.
Luego, Blanca abrió la puerta.
- ¡Wow! – exclamé mientras salía del ropero.
Miré la “sala”. A pocos metros del ropero, había una recepción. Al lado de la recepción, había unas cuantas puertas cerradas de ropero. Miré el suelo. ¿Estábamos en… una… nube?
Grité ante el descubrimiento. Blanca me miró preocupada; ante esa mirada le contesté.
- El suelo.
- ¡Ah! Tranquila.
Nos acercamos a la recepción.
- Hola Alama – Blanca le bajó la revista de moda que ella estaba leyendo.
Ante el gesto de Blanca, Alama la miró con cara de pocos amigos y haciendo un globo con su chicle rosa. Un momento después, me miró con la misma cara y señaló una puerta trasera.
Blanca no le dio las gracias, ni siquiera un asentimiento de cabeza.
Yo la seguí, con un gran deseo en la lengua de decirle sobre el gran error que cometió al no darle las gracias a Alama. Pero temía que se enfadara y me dejara sola.
- Aunque siempre puedo volver a la recepción, coger un ropero, mover el ladrillo, pulsar el botón azul y volver a casa – pensaba distraída -. Pero, ¿qué haría después? No puedo ir a casa de una amiga; la pondría en peligro.
De repente, una mano me tiró hacia la izquierda.
- ¿Es que no ves por dónde vas? – preguntó Blanca entre irritada y enfadada.
Miré y, pude ver que había una especie de farola. Cuando me quise dar cuenta, Blanca había seguido caminando. Seguramente habría pensado que la seguiría, pero yo ya estaba harta de que me tratara así. Por tanto, me levanté y me dirigí hacia algún sitio.
Caminé y caminé hasta que encontré un pequeño parque con una fuente y un quiosco.
Me acerqué a la tiendecilla y miré a la mujer que había detrás del mostrador.
- Hola preciosa, ¿qué puedo hacer por ti? – preguntó mirándome con una gran sonrisa.
- ¿Me da una chocolatina? – intenté decir con tono amable para ocultar mi enfado.
- Claro.
Se dio la vuelta; la cogió y se volvió a dar la vuelta.
- ¿Cuánto es?  - pregunté mientras sacaba unos euros y unos céntimos.
- Oh cariño, veo que te has olvidado de hacer el cambio de monedas – pasó la mano por las monedas y, una onda azul las convirtió en otro tipo de monedas -. Aquí tienes.
- Gracias – contesté recogiendo la chocolatina y las monedas restantes.
Caminé hasta sentarme en un banco que estaba cerca de la gran fuente. Abrí el papel para poder comer la chocolatina y, mientras me la comía miraba el extraño nube-suelo. 
Después de comérmela, me quedé mirando el bonito pero extraño paisaje.
- Sabes… - dijo una voz con un toque de arrogancia – me has dejado en ridículo delante de todo el Consejo de Sabios.
- Que pena – dije con el mismo tono de arrogancia y sin mirarla.
No tenía ni idea de qué era eso del Consejo de Sabios, pero me daba igual. Ya me daba igual lo que ocurriera, lo que pasara. Sin tía Holly, todo daba igual. Ella siempre había sido mi inspiración, mi ayuda. Ella siempre había estado ahí cuando la había necesitado. Pero ahora… ahora ya no la tenía a mi lado. Ya nunca comería sus deliciosas patatas fritas. Ya nunca oiría discutir a Blanca y a ella sobre el uso del Mp4.
- Siento mi comportamiento – dijo Blanca dulcemente sentándose en el banco.
- ¿Ahora qué pasará? – dije entre sollozos.
- No lo sé – contestó rodeándome con su brazo derecho -. Lo único que podemos hacer, es seguir adelante.
- Cierto – me levanté rápidamente mostrando fortaleza.
- Hay que ir a ver al Consejo de Sabios – indicó.
- Pues vamos – contesté con una alegría mezclada con fuerza de voluntad.
- Vamos – Blanca se puso de pie y juntas fuimos a ver a ese Consejo.
                                
Entramos en un enorme edificio, recorrimos varios pasillos hasta llegar a una sala. Dos guardias nos abrieron la puerta y entramos en una sala redonda. La sala aparte de ser redonda, tenía ventanas enormes sustituyendo a las paredes.
Conté las personas que había en la sala: doce – omitiéndonos -. Pude ver la cara de póker que tenían cada uno de ellos; debido a eso, mi alegría y mi fuerza de voluntad se esfumaron de repente.
De pronto, oí como una voz masculina hablaba conmigo.
Volví de mis pensamientos y le presté atención.
No sabía cómo había llegado al centro de la sala, pero en ese momento me dio igual.
- Bueno Alma, cómo ya sabes, estás en peligro… - dijo un hombre mayor con una barba muy larga -. Te hemos traído aquí, para que aprendas a usar tus poderes y puedas defenderte de los ataques de Los oscuros.
- ¿Los oscuros?
- ¿No se lo has contado? – preguntó indignada la mujer que estaba al lado del hombre mayor.
- No sabía cómo… - intentó explicar Blanca.
- Alma,…– me llamó la atención un hombre de treinta años más o menos - … esto… es el Cielo.

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