"Mi objetivo como escritor es desaparecer dentro de la voz de mi historia, convertirme en esa voz." Michel Dorris. (Escritor).



viernes, 8 de julio de 2011

Capítulo 1

     -    Corre, ¡vamos! – le gritaba su marido.
-          No puedo, no puedo más – gemía ella resistiendo.
-          Claro que puedes – le animaba él ayudándola a seguir caminando.
Entre los dos consiguieron que la mujer volviera a caminar. Se metieron en una casa abandonada y se resguardaron en la habitación más profunda.
La mujer gemía de dolor, un dolor insoportable.
-          Tranquila, mi amor, – la consolaba él – saldremos de ésta.
Pero en la cara del hombre se reflejaba el mismo miedo que en el de la mujer.
De repente, se oyó como tiraban la puerta abajo.  El hombre fue rápidamente a la puerta principal y combatió contra los recién llegados pero, por desgracia, sus intentos de proteger a su mujer fueron en vanos.
Ella oyó como el fuego quemaba a su marido y no pudo contener el gemido de miedo y tristeza que soltó.
Los inquilinos la oyeron y rápidamente fueron hasta donde se encontraba.
La mujer cerró los ojos fuertemente y desapareció. Se trasladó a otra casa vieja y abandonada pero, esta vez, allí se encontraba otra mujer.
-          ¡Mia! – gritó la nueva mujer.
Rápidamente, la sala se preparó para un parto. Allí solo estaban ella dos, nadie más. Pronto, la mujer dio a luz a un pequeño bebe.
-          Alma – dijo con voz débil – Su nombre es Alma.
-          Sí – dijo la otra mujer poniéndole el bebe en los brazos.
-          Tú eres su madrina – dijo otra vez con voz débil.
De repente, otros hombres distintos a los de antes, irrumpieron en la habitación.
-          Cuídala – dijo Mia dándole el bebe a la otra mujer.
-          Pero…
Ella no tuvo tiempo de replicar, ya que, los hombres lanzaron bolas de fuego y Mia las paró con una barrera azul, con su último soplo de aliento.
Su amiga rápidamente se trasladó a otra casa, esta vez, mucha más bonita que las anteriores y donde estaba otra niña un poco más mayor que ella.

-         ¡Alma despierta!  - gritó Blanca en mi oído.
-         Vete – le ordené, medio dormida, tirándole la almohada.
-         Es tu cumpleaños – replicó esquivándolo – No pienso dejar que te pases todo el día dormida.
-         Pues yo sí me pienso dejar.
-         No – dijo cogiéndome del brazo y obligándome a levantarme de la cama.
Debido a eso, me tuve que poner en pie porque sino, me hubiera dado de bruces contra el suelo.
Me vestí con unos vaqueros, una camiseta que dejaba ver mi hombro derecho y unas converse. Después, bajé al salón para desayunar.
-         ¡Sorpresa! – gritó tía Holly.
-         Wow.
Eran varios paquetes pequeños y, en el mismo instante en que los vi, supe lo que eran: ropa nueva.
-         Me encanta – dije aún sin abrirlos.
Como supuse, era ropa: muchas camisetas, algunos vestidos, algún que otro par de zapatos y varios pantalones.
-         ¿Te gusta? – preguntó tía Holly.
-         ¿Estáis de broma? – dije sorprendida – Los adoro.
Antes de que pudiera decir la última frase, las abracé.
-         Venga chicas, - nos alertó tía Holly – tenéis que ir al instituto.
-         Vamos – dije soltándome de ellas.
-         De acuerdo – aceptó Blanca a regañadientes y con la cabeza gacha.
Cogimos nuestras mochilas y fuimos caminando hasta el colegio.
En el trayecto, me rompí el coco pensando en el sueño que había tenido por la noche. ¿Era un sueño o un recuerdo?
                            ***
Llegamos al instituto.
Mis amigas estaban en el muro – como siempre – pensé.
Al llegar, Abigail me dio una pequeña caja morada:
-         Esto es de parte de todas – justificó.
-         ¿Qué es? – dijo agitándola cerca de mi oído.
-         Ábrelo.
-         De acuerdo – dije dejando mi mochila a un lado y sentándome en el muro.
Desaté con cuidado el pequeño nudo que habían hecho con una cinta lila trasparente y lo abrí: era un colgante.
Se parecía a una clave de sol y, en el medio, tenía un brillantito que simulaba un diamante.
      -     ¡Me encanta! – dije poniéndomelo en la mano para verlo mejor.
-         ¿Te lo pongo? – me preguntó Isabel.
-         Sí.
Poco después de que Isabel me lo terminara de poner, sonó la sirena y subimos a clase.
Marina e Isabel fueron a sus respectivas aulas y Abigail y yo fuimos a la nuestra.
La clase de matemáticas comenzó enseguida.

Como era de esperar, Abby dibujaba en su pequeño cuaderno de notas, Ricky montaba aviones de papel para tirarlos cuando nuestra profesora no le veía, Alfred estaba absorto en el paisaje de afuera, Marina cuchicheaba sin parar con Claudia y… Alex… bueno, Alex estaba absorto en sus propios pensamientos - como siempre - .

La clase transcurrió muy lentamente y, para nuestra desgracia, llegó historia.

-         Alex, ¿me puedes entregar esa… cosa? – le “preguntó” el Sr. Minks extendiendo la mano.
-         No.
-         ¿No?
-         No – volvió a contestar él secamente.
-         Dame esa cosa – dijo el profesor, irritado, arrancándoselo de la mano.
De repente, la sala se sumió en una especie de niebla anaranjada. Y por miedo, el profesor le devolvió el utensilio a Alex. Después, la niebla desapareció.
De pronto, sonó la campana que indicaba el recreo.
Todos salimos disparados al patio, no sabía si era por miedo a esa niebla o por deseo de salir de clase.

Al salir, Abby fue a contarles a Marina y a Isabel lo ocurrido con la niebla. Yo, por otro lado, fui a contárselo a mi hermana.
No sabía si era correcto, pero algo me decía que debía contárselo a Blanca.
Cuando se lo conté, se quedó con una cara que nunca la había visto… de…  ¿estupefacción?
-         ¿Estás segura de que era una niebla anaranjada?
-         Sí.
-         De acuerdo – dijo alterada, pero con un tono “tranquilo” – Cuando termines las clases, quiero que vayas directamente a casa.
-         Pero, ¿y tú?
-         No me esperes, ve directamente a casa. No te distraigas, ¿sí?
-         Muy bien.

      Al terminar las clases, hice justamente lo que Blanca quería: me fui a casa sin esperarla.

Llegué a casa:
-         ¡Hola, tía Holly! – grité para que me oyera desde la cocina - ¡Ya estoy en casa!
Ella no contestó, supuse que estaría-como siempre- escuchando música con el Mp4 de Blanca.
-         Si Blanca se da cuenta de que lo ha vuelto a utilizar, se pondrá hecha una furia – pensé mientras subía las escaleras.
Dejé la mochila en mi cama y bajé para ir a la cocina.
Al bajar, me encontré con Blanca cerrando la puerta.
-         ¿Y tía Holly?
-         No lo sé – dije negando con la cabeza – Supuse que…
Dejé la frase incompleta pensando que si se lo decía, se enfadaría.
Fuimos a la cocina y… nos encontramos con tía Holly… tirada en el frío suelo.
Solté un grito agudo acompañado por un brinco.
-         ¿Está…? – pregunté miedosa.
Blanca le tocó el cuello con dos dedos buscándole el pulso y asintió lentamente.
De mis ojos empezaron a salir lágrimas. Blanca se acercó a mí y me abrazó. Juntas empezamos a llorar.
De repente, vi algo debajo de la mano izquierda de la tía Holly. Me separé de mi hermana y me acerqué a mi difunta tía.
Cogía el papel y lo leí para mí:

FELIZ CUMPLEAÑOS, Alma.

- ¿Y esto? – pregunté intrigada enseñándole el papel a Blanca.

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