"Mi objetivo como escritor es desaparecer dentro de la voz de mi historia, convertirme en esa voz." Michel Dorris. (Escritor).



martes, 19 de julio de 2011

Capítulo 3

 - Alma,…– me llamó la atención un hombre de treinta años más o menos - … esto… es el Cielo.
- Oh – dije ocultando mi gran sorpresa -. Eh…  muy bien… de acuerdo.
- ¿Seguro que estás bien? – preguntó Abraham.
- Sí… claro – contesté rápidamente.
- Muy bien, - aceptó María – empezaréis las clases.
- De acuerdo – contestó Blanca.
Lo habría hecho yo, pero estaba demasiado aturdida y confundida como para hablar.
No me podía creer que estuviera en el Cielo. ¿Acaso estaba muerta? ¿Acaso Blanca estaba muerta también? ¿Era un sueño? ¿Una pesadilla? ¿O era real?
No. No. Esto no podía ser real.
No.

No recordaba como habíamos llegado a la habitación. No recordaba como me había tirado en la cama de al lado de la ventana. Y tampoco recordaba que había cerrado los ojos.
-         ¿Esto es real? – pregunté a la nada sin abrir los ojos.
-         Sí – dijo Blanca.
-         ¿Estás segura?
-         Sí – volvió a responder.
-         ¿Qué haremos? – pregunté levantándome lentamente y abriendo los ojos.
-         ¿Hoy o mañana? – preguntó Blanca dándose la vuelta con la silla de estudio con ruedas.
-         Me da igual.
-         Hoy, nos iremos a dormir  - respondió mirándome a mí y señalando la ventana que había detrás de mí -. Y mañana iremos al colegio.
-         ¿Al colegio? – inquirí levantándome.
-         Sí – respondió como si fuera algo obvio.
-         ¿Para qué? – pregunté acercándome a ella.
-         No puedes andar por ahí desprotegida – explicó irritada pensando que lo descubriría por mi misma -. Tienes que aprender a manejar tus poderes.
-         ¿Poderes? – pregunté entre arrogante y sorprendida.
-         Pues claro – obvió -. Todo ángel aquí lo tiene..
-         ¿Somos ángeles?
Ella hizo un gesto afirmativo.

Poco tiempo después, nos fuimos a dormir.
                                         ***
      -    Corre, ¡vamos! – le gritaba su marido.
-          No puedo, no puedo más – gemía ella resistiendo.
-          Claro que puedes – le animaba él ayudándola a seguir caminando.
Entre los dos consiguieron que la mujer volviera a caminar. Se metieron en una casa abandonada y se resguardaron en la habitación más profunda.
La mujer gemía de dolor, un dolor insoportable.
-          Tranquila, mi amor, – la consolaba él – saldremos de ésta.
Pero en la cara del hombre se reflejaba el mismo miedo que en el de la mujer.
De repente, se oyó como tiraban la puerta abajo.  El hombre fue rápidamente a la puerta principal y combatió contra los recién llegados pero, por desgracia, sus intentos de proteger a su mujer fueron en vanos.
Ella oyó como el fuego quemaba a su marido y no pudo contener el gemido de miedo y tristeza que soltó.
Los inquilinos la oyeron y rápidamente fueron hasta donde se encontraba.
La mujer cerró los ojos fuertemente y desapareció. Se trasladó a otra casa vieja y abandonada pero, esta vez, allí se encontraba otra mujer.
-          ¡Mia! – gritó la nueva mujer.
Rápidamente, la sala se preparó para un parto. Allí solo estaban ella dos, nadie más. Pronto, la mujer dio a luz a un pequeño bebe.
-          Alma – dijo con voz débil – Su nombre es Alma.
-          Sí – dijo la otra mujer poniéndole el bebe en los brazos.
-          Tú eres su madrina – dijo otra vez con voz débil.
De repente, otros hombres distintos a los de antes, irrumpieron en la habitación.
-          Cuídala – dijo Mia dándole el bebe a la otra mujer.
-          Pero…
Ella no tuvo tiempo de replicar, ya que, los hombres lanzaron bolas de fuego y Mia las paró con una barrera azul, con su último soplo de aliento.
Su amiga rápidamente se trasladó a otra casa, esta vez, mucha más bonita que las anteriores y donde estaba otra niña un poco más mayor que ella.

                                              ***
Ring, ring…
Me desperté molesta.
-         ¿De dónde a salido ese maldito despertador? – pregunté dándome la vuelta y tapándome la cabeza con la almohada.
-         Puse la alarma ayer por la noche – contestó Blanca destapándose.
-         Pues apágalo – le espeté.
-         Anda, levanta – dijo Blanca con un toque de humor en la voz y tirándome del brazo para que me levantara.
-         No – contesté alargando la palabra y soltándome de su agarre.
-         Vamos – me ordenó desapareciendo su tono alegre y destapándome.
Bufé.
Me levanté y abrí el armario.
Todo era blanco (literalmente).
Debido a la “gran” variedad que había, cogí una camiseta sin tirantes, un pantalón largo y unos zapatos parecidas a las converse.
Después me duché y esperé a que Blanca terminara.
Cuando acabó salimos.
Al salir, me di cuenta de que estábamos en un pasillo. Me paré en la puerta y observé el entorno: las paredes eran de un ámbar oscuro y los marcos de las puertas (incluida la nuestra) eran de un rojo oscuro.
-         ¿Vamos? – preguntó Blanca poniéndome una mano en mi hombro para que relajara.
-         Sí, vamos.
Caminamos por los pasillos encontrándonos con chicos y chicas de diferentes edades, desde más o menos seis o siete años hasta los dieciocho o diecinueve.

Cuando pasábamos por un pasillo (igual que los demás) alguien me llamó desde atrás:
-         ¡Alma! – me llamó un hombre de mediana edad.
Me detuve y esperé hasta que llegara.
-         Alma, él es el profesor Evans – le presentó Blanca.
-         Encantada – dije estrechándole la mano.
-         Bueno, yo me voy que si no llego tarde a clase – se apresuró Blanca.
-         Vale, adiós – dije mientras veía como corría.
-          Por aquí – me puso una mano en la espalda y me dirigió hacia otro pasillo diferente.
Pasamos por varios pasillos hasta llegar a un aula.
Era rectangular, bastante grande, con dos ventanas, varios pósters y poco más.
-         Mira – dijo para que me acercara a los pósters.
El póster representaba a una persona dividida por varios colores.
- Esta “persona” representa los tres tipos de poderes que poseemos: mental y el consciente.
El primer poder, mental, estaba en la cabeza de la persona y era representado por un pequeño círculo color azul cielo. Y el segundo poder, consciente, estaba más o menos en el abdomen y era representado por un pequeño círculo color verde.
- Comenzaremos por el poder mental – dijo -. Túmbate.
Me di la vuelta y, en medio de la habitación, había una camilla. Se parecía a la que había en los hospitales. Esas que hay en las habitaciones.
Me tumbé y él se puso detrás de mi cabeza. Al situarse, puso sus índices y anulares y mis sienes.
- El poder mental se refiere a los recuerdos, a todo lo que has vivido y a lo que vivirás – explicó -. Así,  podrás tener visiones.
No sé porqué, pero todo me sonaba a una clase de relajación, adivinación e idiotez a la vez. Todo era absurdo. Nada de esto era real. Era una estupidez.
Sí, claro, y aparte de tener poderes en lo mental, sentimental y consciente, yo iba a ver el futuro. Parecía guay, pero había que admitir que sonaba ridículo.
De pronto, tuve un “recuerdo”:
Todo estaba envuelto en un velo anaranjado:
Estaba en una casa. En el salón. Había tres personas: una mujer que entraba con una bandeja de galletas, un hombre sentado al pie del sofá y una niña pequeña (muy parecida a mí) jugando con el hombre.
- ¿Queréis galletas? – preguntó la mujer dulcemente.
- Sí, mami – dijo la niña apartándose de su padre.
- Yo también – coincidió el hombre.
De repente, una voz ajena a la escena habló, pero las personas no se inmutaron; parecía que iba dirigida a mí:
- Todavía puedes conseguir esto – dijo con voz grave y amenazadora.
Después, todo se volvió negro:
- ¡Dios mío! – exclamó el profesor Evans.
- ¿Qué pasa? – me di la vuelta para poder verle.
- ¿Has tenido “recuerdos” parecidos? – preguntó rápidamente quitando sus dedos de mis sienes.
- Creo que sí.
Después le describí el sueño que tuve ayer por la noche y antes de ayer. El de la mujer que estaba embarazada y después moría, el hombre que moría para proteger a la mujer y la niña que se queda con otra niña un poco mayor y con su madrina.
Cuando terminé de describírselo, se quedó atónito. Daba vueltas por toda la habitación llevándose las manos a la cabeza de vez en cuando, pero no se marchaba. Parecía como si buscara algo que decir antes de marcharse corriendo.
Yo, por suerte, pude darle esa satisfacción:
- ¿Qué pasa? – pregunté subiendo mi voz un poco.
- Te están acosando.
- ¿Quiénes?
Se paró y me miró seriamente:
- Los oscuros.
Después se quedó mirándome.
Me equivoqué. No se marchó.

1 comentario:

  1. Hoooooola ! :D

    Bueeeno no me e puesto al Dia cn todo tu historia peero lei unos parrafos y Deeejame decirte qe tu Manera de escribir es SENSACIONAL :D


    Ereeees una Gran escritora :) la historia parece teener mucha fantasia y mee encanta eso , Uno de estos dias me pondre al dia ñ.ñ


    Cuidaaaaaate c:

    Nos leeemos ! ;D

    Byeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee :)

    XoXo
    Rosebelle ^^

    ResponderEliminar