"Mi objetivo como escritor es desaparecer dentro de la voz de mi historia, convertirme en esa voz." Michel Dorris. (Escritor).



jueves, 29 de diciembre de 2011

Capítulo 10


Me quedé de piedra.

-¿Cómo es posible? – pregunté a la oscuridad.
Esperé un momento, pero Alex no contestó, por tanto, supuse que se había marchado.
Maldije en mi mente. ¿Por qué siempre tenía que aparecer y dejarme con la duda? ¿¡Por qué!?
Con mi bola de energía todavía en mi mano, busqué la puerta. Cuando la encontré, la abrí y corrí a toda prisa hacia mi habitación.
Abrí la puerta y la cerré de un portazo, la cual causó que Diana se despertada sobresaltada:
- ¿¡Qué pasa!? ¿Qué pasa? – exclamó.
- ¡Le he visto!
- ¿Qué? – preguntó, un poco más tranquila.
- He visto a Alex otra vez.
- ¿Qué te ha dicho? – preguntó mientras salía de la cama.
Abrí la boca, pero las palabras no salieron de mi boca.
- ¿Qué te ha dicho? – preguntó con cariño y preocupación.
- Es mi hermano – contesté lentamente.
- ¿¡Qué!? – esta vez le tocó a Diana quedarse estupefacta.
- Eso no es todo.
Diana no contestó, estaba asimilando lo anterior.
-Es un ángel caído – agregué.
Mi amiga se quedó boquiabierta.
-Habría sido mejor que hubiese esperado a que asimilara lo anterior – pensé arrepintiéndome.
- ¿¡Qué, qué!? – exclamó, con retraso.
- Alex es un ángel caído – volví a explicar -. Me dijo que Evans fue quien dio la orden de matar a mis padres.
Diana se volvió a quedar estupefacta.
-¿El profesor Evans? ¿Tu profesor, tu tutor?
- Sí.
- ¿Estás segura de que no es mentira, de que no es una trampa?
- No lo sé, pero confío lo suficiente en él como para no descartar que lo que ha dicho sea mentira.
- Deberíamos investigar – propuso mi amiga.
- Estoy totalmente de acuerdo – admití.
- ¿Crees que deberíamos contárselo a John? – preguntó tímidamente, como si esperase un “no” rotundo.
- Pienso que cuantas menos personas metamos en este lío mejor, - expliqué – pero no estaría mal tenerlo en “segundo plano”. Como una ayuda.
- Sí, es cierto – afirmó -. Cuantas menos personas involucremos, mejor.
- Debemos ser discretas – dije hablando del plan -. Si algún maestro no descubre, nos meteremos en un buen lío.
- Y si Evans nos descubre, peor – agregó.
- Sí.
Las dos nos dedicamos una mirada preocupada pero, al mismo tiempo, esperanzadora. Si conseguíamos detener a Evans, conseguiríamos tener ventaja en esta gran guerra.
- Deberíamos ir a dormir – propuso frotándose el ojo derecho.
- Sí, es cierto – después, me dirigí a mi cama.
Diana me imitó.
Había sido una noche agitada y llena de sorpresas y lo único que queríamos era descansar, mañana nos esperaba un intenso día de colegio, por tanto, nos dormimos enseguida.

-Diana levanta – le exigí mientras le zarandeaba el hombro izquierdo.
- Vale – dijo reprimiendo un gran bostezo.
Concluí mi intento de despertarla y me acerqué al armario a cambiarme de ropa. Todo fue con normalidad.
***
Abrí la puerta de la clase. Estaba vacía, no había nadie. ¿Se habría enterado Evans de la confesión de Alex? En caso de que la respuesta fuese afirmativa, ¿cómo lo había averiguado tan rápido?
De pronto, la puerta se cerró con un estruendo. Me giré, sobresaltada. Evans había entrado en la sala.
-Has llegado muy temprano – señaló.
- No tenía sueño – mentí.
Era una mentira como un rascacielos; estaba que me caía del sueño, no había dormido bien, sin mencionar las confesiones de Alex. Aunque quisiera volver a meterme en la cama no podía dejar que mi sueño se interpusiera en lo que iba a hacer.
-Profesor – le llamé la atención mientras él rodeaba la mesa.
-¿Sí?
- ¿Qué sabe acerca de los poderes de los Oscuros?
- La verdad es que no mucho – mintió -. Solo lo que leo en los libros.
- Yo leí que no se sabe casi nada de los poderes del Demonio, ¿por qué?
- Porque nunca ha aparecido en público.
- ¿Acaso es tan cobarde como para esconderse tras sus queridos Oscuros? – pregunté con picardía.
Evans me echó una mirada envenenada. Sin duda era un Oscuro.
Tragó saliva y resopló con fuerza.
- No deberías hablar así – dijo conteniendo la voz.
- ¿Por qué no? – pregunté sin esperar respuesta - ¿Acaso no es cierto?
- El Demonio es quien maneja todas las operaciones de los Oscuros, al contrario que…
-  ¿Los Ángeles?
- Sí – respondió, cortante. – Dios da el visto bueno a los maestros que hacen las operaciones, pero nunca se mete por medio.
-  ¿Acaso no es lo mismo que hace el Demonio?
- No – respondió a tres metros de cara.
Iba a decir algo, pero la campana sonó. Le eché una mirada envenenada y me marché.
Mientras iba por el pasillo, me encontré con Diana.
- Sin duda, es un Oscuro – le confesé.
- ¿Cómo lo has averiguado?
- Hemos tenido una conversación… interesante.
- ¿Qué tipo de…?
De pronto, sentí como si me dieran con un gran martillo en la cabeza. Intenté desplomarme, pero me encontré con la pared, a la cual me agarré instintivamente. Diana me agarró de la cintura para que no cayese directamente al suelo, ya que, las fuerzas me fallaban.
Vi a Alex. Estaba de pie, con las manos en alto mientras tres chicos un poco más mayores que él le apuntaba con armas que yo desconocía. Por detrás, estaban  dos chicos de su edad. Uno le puso unas esposas y el otro revisaba que mi hermano no intentase huir, aunque con el panorama que tenía delante, no es que pudiese hacer mucha cosa.
Después la escena cambió y me situó en una celda. Era algo oscura y estaba muy sucia. Alex estaba furioso, caminaba de un lado a otro de la celda, paranoico. Estaba desesperado.
De pronto, un hombre de mediana edad se acercó a la celda y dijo:
-Hora de tu sentencia, chaval.
De repente, volví en mí. Estaba sentada contra la pared. A mi izquierda estaba Diana y en frente de mí había una profesora a la cual nunca había visto. Detrás unas miradas curiosas nos miraban.
-Estás bien, jovencita – me preguntó, un poco preocupada.
- Sí, estoy bien – respondí rápidamente -. El desayuno me ha sentado un poco mal. Se me pasará.
- ¿Seguro?
- Sí, sí – le aseguré.
- De acuerdo – se dio la vuelta y envió a los alumnos a sus respectivas aulas.
- ¿Estás bien? – susurró Diana mientras me ayudaba a levantarme.
- He visto a Alex, le van a sentenciar.
- ¿Sentenciar? – preguntó sin comprender.
- Yo tampoco sé lo que es, - admití – pero estaba metido en una celda y estaba muy nervioso, por tanto, dudo que sea algo bueno.
Diana me miró, apenada.
- Debo ir a salvarle.
- Voy contigo – respondió mi amiga, decidida.
- ¿Estás segura?
- Totalmente – me dedicó una sonrisa sincera.
- De acuerdo.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Capítulo 9

Poco después, aparecimos en lo que antes había sido mi ropero mas ahora estaba lleno de polvo y suciedad.
Salimos y nos dirigimos al salón. Antes de llegar, me desvié un momento para ir a la cocina. Para ir a ver a Tía Holly.
Al llegar, me percaté de que todo estaba lleno de polvo y suciedad pero el cuerpo de mi difunta “tía” no estaba. No quería recordar aquél horrible suceso, por tanto, me marché, aunque mi duda estaba ahí: ¿qué habían hecho con el cuerpo de Tía Holly?
Al llegar, vi que Alex ya estaba allí, de pie: era un poco más mayor que yo, uno o dos años más. Tenía el pelo rubio y bastante ondulado. Llevaba ropa negra y sus ojos eran color ámbar.
Me coloqué en el medio de mis amigos.
Esperamos un momento.
Posó su mirada en mí, en ese instante pude sentir como en mi interior aparecía algo inexplicable: era un especie de deseo, era “algo” que combinaba el miedo y… la… la… la ¿cercanía? Sentía como si lo conociera de toda la vida; era como si me reuniera con un viejo amigo, un amigo que no lo había visto desde hacía mucho tiempo pero… no… no sentía como si solo fuera un amigo, sentía como si fuese alguien aún más cercano. Pero al mismo tiempo, sentía miedo y temor. Sentía el poder oscuro rondando alrededor de mí, sentía al enemigo cerca. Sentía a un oscuro cerca.
Le miré a los ojos, le reté a que dijera algo pero el no cedió y posó su mirada en Diana. Parecía intrigado y enfadado, pero no dijo nada. Y, al final posó su mirada en John. Ahí se hizo público su enfado. Aunque no era un enfado en sí, en realidad era una especie de repugnancia, desprecio y aversión. Pero tampoco dijo nada. Por tanto, yo rompí el hielo:
-¿Y el cuerpo de Holly?
- Se lo llevaron poco después de que fueras al Cielo – contestó con voz monótona.
- ¿Quiénes? – exigí saber.
- Los ángeles.
Algo me decía que todas sus respuestas serían así, por tanto, intenté seleccionar bien mi pregunta, la cual zanjaría el tema de Holly:
-¿Por qué no tengo constancia de ello?
- No tienes constancia de muchas cosas, Alma – explicó – por tanto, no te vuelvas loca con una de las muchas incógnitas que hay en tu vida.
Sus palabras me desconcertaron en un sentido bastante raro, pero dejé el tema:
-¿Qué puedo hacer para que la guerra termine?
- Una simple persona, una simple niña no puede hacer que una guerra que durado más de 30 años cese.
- ¡Me dijiste que podría salvar a mis amigos! – exclamé alzando una octava mi voz.
- Eso fue justamente lo que te dije – explicó con tranquilidad y seriedad- . Te dije que podrías salvar a tus amigos, no que pudieras detener la guerra.
- Nosotros podemos cuidarnos solos – dijo John con una tranquilidad engañosa.
- Entonces no hay nada más que hablar – contestó Alex mirando a John con desdén.
- ¿¡Entonces para qué te aparecías en los sueños de Alma!? – gritó Diana.
Alex no contestó pero su mirada me dio a entender: “Creí que seríais más listos”. En ese momento, el chico miró por la ventana. Estaba amaneciendo. Mis ojos se volvieron hacia la misma dirección.
-La conversación ha terminado – finalizó Alex.
Segundo más tarde, la habitación se inundó de una niebla anaranjada y espesa. Igual que el día en que asesinaron a Holly. Cuando la niebla se disipó Alex no estaba, se había marchado.
Nos quedamos un momento callados.
-Deberíamos volver – propuso John como si solo hubiera sido una conversación normal.
- Mi hermano tiene razón, Alma – Diana me puso una mano en el hombro.
- Volvamos – coincidí.


Caminé con rapidez y apuro hasta llegar al aula. Llegaba tarde.
Abrí la puerta y la cerré tras de mí:
-Lo siento, profesor Evans – me disculpé, jadeando.
- No te preocupes – contestó sin darle importancia.
Me quedé un poco desconcertada ante esa respuesta, ya que, no era normal que ningún profesor te dijera eso después de haber llegado tarde, pero no le di mucha importancia.

La clase fue demasiado aburrida. Pensaba que seguiríamos practicando el poder consciente, pero, en vez de eso, estuvimos dando historia. Me explicó como habían llegado los ángeles y cómo había caído el primer ángel.
Si no hubiera sido porque pude sentarme en una silla, me hubiera caído por el sueño que me causaba.
Pero, se había terminado y era libre… hasta el día siguiente. Pero se había terminado.

Me acosté en la cama.
-Buenas noches – me despedí.
-Hasta mañana – contestó Diana.
Después, apagué el velador y me dispuse a dormirme.
Pero no pude.
Las horas pasaron y pasaron, pero no conseguía conciliar el sueño. Pero tampoco iba a condenar a Diana a mi penoso intento de dormir.
Miré el reloj; eran medianoche.
Solté un gran suspiro de enfado, conmigo misma por no poder dormirme.
De repente, la puerta del cuarto se abrió poco a poco. Sin dudarlo, me levanté para cerrarla.
 Miré afuera por pura curiosidad, aunque no esperaba ver nada, mas no fue así. Afuera había una mujer de mediana edad, no, un mujer no, el fantasma de una mujer.
Estaba de pie al fondo del pasillo. Me quedé sin palabras, sabía quien era, pero solo la había visto en sueños.
Era mi madre.
-Mamá – murmuré.
Ella no dijo nada pero me hizo una seña para que la siguiera. Y yo, sin dudarlo ni un momento, la seguí.
Ella no dijo nada en el trayecto, por tanto, intuí que a donde me conducía descubriría algo muy importante. Por tanto, no rompí el hielo.

Caminamos un rato hasta llegar al sótano, a una habitación igual en la que se había celebrado la reunión.
Entramos.
Todo estaba oscuro, solo la tenue luz del fantasma de mi madre iluminaba la sala.
La miré a los ojos.
-Mamá… - dije intentado entablar una conversación.
- Te queremos, hija – cortó con amabilidad y cariño.
Después, desapareció poco a poco junto con su luz.
Instante después, una bola de luz se encendió en mi mano.
Caminé hasta la pared y encendí el interruptor de la luz.
Miré por la habitación y, allí, al fondo, estaba Alex. De pie y son el semblante serio, como siempre.
-Soy un ángel caído – explicó de repente.
Eso me puso nerviosa. Intuía que lo era, pero al oírlo de sus propios labios me puso más nerviosa de lo que creía, por tanto, intenté marcharme.
Retrocedí poco a poco, tanteando la pared para encontrar la puerta. Cuando la encontré, intenté abrirla pero estaba bloqueada.
-No intentes salir, Alma, – le advirtió – no lo conseguirás.
En ese instante, comprendí que sería imposible marcharme sin que él me lo permitiera.
-Evans dio la orden de matar a Holly – prosiguió.
Me quedé sin palabras, ¿cómo era posible que una buena persona como el profesor Evans hiera semejante acción?
Pero Alex no se quedó ahí:
-Al igual que fue el culpable de que asesinaran a nuestros padres – finalizó.
¿¡Qué!? Eso significaba… eso significaba… que… que… que Alex… era… era… mi hermano.

viernes, 7 de octubre de 2011

Capítulo 8

Miré el reloj, eran las nueve y media de la mañana.
No tenía tiempo para esperar a la tarde, lo que había soñado era muy importante y tenía que descubrir qué ocurría.
Me levanté de la cama en silencio, ya que, Diana todavía estaba durmiendo. Me vestí con ropa sencilla y me marché dejando una nota que decía que estaba en la biblioteca.

Caminé con apuro hasta la biblioteca. Acababan de abrir, por tanto, entré como un torbellino, sin molestarme si quiera en preguntar si podía entrar.
-¿Necesita algo, señorita? – preguntó el Sr. Gren, el bibliotecario.
- He venido a buscar información.
- ¿Tan temprano? – inquirió después de ver su reloj de muñeca.
- Es muy urgente – expliqué con apuro y urgencia.
- De acuerdo – cedió -. ¿Quiere que la ayude?
- No, no hace falta.
Y, sin decir nada, se dio la vuelta y se puso a hacer sus tareas.
Me quedé un momento observándole y, después, fui como un torbellino hasta la estantería más cercana.
Cogí el gran libro de “Los ángeles” y busqué la sección de “poderes”.
Leí un poco, el cual decía: Los ángeles tienen dos tipos de poderes: consciente y mental. El primer poder, determina tus deseos, tus enfoques. Este poder tiene varias fases: recibido, caballero y alto. El poder consciente recibido es aquel que poseen todos los niños que comienzan a aprender este poder, dicho poder se expresa con el color blanco.
De pronto, recordé que hacía unas semanas hice que la mesa del profesor flotara, y el color que había envuelto la mesa era blanco.
-Ya entiendo. – pensé deteniéndome – El color que despiden las manos al utilizar el poder consciente representa el nivel que tienes con dicho poder.
Seguí leyendo: El poder consciente caballero es aquél que poseen los adultos y algún que otro adolescente. Se representa con el color azul. Y, por último, está el poder consciente alto. Este poder es aquel que poseen los miembros del Consejo y algunos adultos. Se representa con el color amarillo claro. También…
Me detuve. Volví a leer la frase que describía a los Caballeros: El poder consciente caballero es aquél que poseen los adultos y algún que otro adolescente. Se representa con el color azul.
- De acuerdo, esto explica qué rango tenía mi madre, pero, ¿y mi padre? – cerré el libro, frustrada y molesta por no haber encontrado la respuesta.
Al cerrar el libro, pude sentir la severa y penetradora mirada del Sr. Gren, mas lo ignoré.
Me levanté e intenté tranquilizarme. Guardé el libro en su sitio y me volví a sentar para poder pensar.
-Si mi padre no entra en esas categorías, significa que no es un ángel – me expliqué a mí misma -. Pero, entonces… ¿qué es?
En ese momento descubrí la verdad: mi padre era un ángel caído, un oscuro.
Me quedé de piedra. Era imposible. Era anormal. No era posible que un ángel se enamorara de un ángel caído. ¡No!
-Pero, entonces ¿qué es?
No me iba a quedar con la duda, por tanto, busqué el libro de “Los Oscuros”. Estaba ansiosa, preocupada e intrigada. Eran demasiadas sensaciones juntas.
De pronto, lo encontré. Lo cogí y me senté.
Lo abrí y busqué la sección de “poderes”. Comencé a leer: Los poderes de los Oscuros solo tiene un estilo: sombrío El poder sombrío se divide en tres etapas: caído, superado y maestro. El poder sombrío caído es aquel que poseen los oscuros recién caídos a las garras del Demonio. Se representa con el color azul oscuro. El poder sombrío superado es aquel que poseen los oscuros que han aceptado su caída y que se entregan totalmente al Demonio. Se representa con el color rojo. Y, por último, está el poder sombrío maestro. Este poder solo lo posee el propio Demonio. Nadie sabe con qué color es representado. El…
Me detuve, ya que, ya sabía todo lo que debía y quería saber. Sin duda alguna, mi padre era un oscuro.
De repente, se le ocurrió quién podía ayudarla a entender todo lo ocurrido.

Salió de la biblioteca con la misma rapidez con la que había entrado.
Corrió por los pasillos en dirección a la recepción. Mientras corría por los pasillos cercanos a su habitación, se encontró con Diana. Iba en bata con unos zapatos de andar por casa.
-¿Adónde vas? – preguntó deteniéndose en seco.
- Voy a la Tierra.
- ¿A qué? – inquirió en un tono que daba a decir que allí no había nada interesante.
- Voy a ver a alguien – contesté intentando eludir sus preguntas.
- ¡Espera! – exclamó cogiéndome del brazo.
- No tengo tiempo – contesté sin pensar.
- ¿Por qué?, ¿qué ocurre?
- Nada – negué.
- No me lo creo – dijo -. ¿Qué ocurre?
Solté un gran suspiro, bajé la cabeza y, después de un momento, subí la cabeza para relatarle toda mi historia. Ella se quedó callada mientras yo se lo contaba. Al terminar, dijo:
-Entiendo que quieras ir a ver a Alex, ya que, según dices, crees que tiene todas las respuestas, – dijo – pero, ¿Cómo piensas hablar con él si no sabes dónde está?
Estaba tan desesperada y ansiosa por ir a ver a Alex, que no me había acordado del detalle más importante: donde estaba Alex.
-No… no lo sé.
- Esperemos que pase el día y, por la noche, cuando te duermas se lo preguntas.
- De acuerdo.
El día pasó muy lento, era como si el sol no quisiera ayudarme. Aparte de que no podía ir a clase, ya que, era sábado. Aún así, se tuvo que ir, el cual fue sustituido por la luna.

Me acosté con la ropa puesta. Estaba deseosa de dormirme, por tanto, no podía.
5 minutos después.
10 minutos después.
15 minutos después.
20 minutos después.
Cuando pasaron 25 minutos, descarté la posibilidad de dormirme. Y, en ese momento, me dormí.
Aparecí en la conocida pero inhóspita oscuridad. Y, sin pensármelo dos veces, exclamé.
-¡Alex! – no hubo respuesta – ¡Alex!
Esperé.
-Qué – susurró a mi oído.
Di un respingo pero mi voz sonó seria.
-Sé que mi padre era un oscuro – expliqué -. Al igual que intuyo que sabes mucho más de lo me dices.
- ¿Y qué? – preguntó con voz fría.
- Quiero hablar contigo en persona.
- Ahora, en tu antigua casa.
Y, sin decir nada más, se camufló entre las sombras hasta desaparecer por completo.
Cerré los ojos fuertemente, y me desperté.

Diana estaba dormida, por tanto, intenté marcharme sin despertarla, pero fue imposible.
-¿Alma? – preguntó medio dormida.
- Sí – contesté sosteniendo la puerta entreabierta.
- ¿A dónde vas? – preguntó refregándose los ojos.
- A… -dudé
Diana era mi amiga, pero no quería meterla en un lío como el que yo me encontraba envuelta en aquellos momentos.
Cuando me quise dar cuenta, estaba a mi lado.
-¿¡A dónde!? – exigió saber.
- No vas a venir conmigo – me limité a decir soltándome de su agarre.
Y, sin decir nada más, me dispuse a marcharme pero me volvió a detener.
-Quiero ayudarte, pero no me dejas – dijo con voz más dulce.
- No puedes.
- Sí, puedo y lo sabes – explicó -. Solo que no quieres admitirlo.
Solté un gran suspiro y me limité a decir:
-De acuerdo.
Se puso una bata y nos marchamos.

Corrimos por los pasillos lo más inaudiblemente posible, pero cuando estábamos a punto de llegar a la recepción para coger un transportador, nos sorprendió alguien.
-¿A dónde vais? – preguntó una conocida voz.
Nos paramos en seco. Nos dimos la vuelta lentamente.
Era John.
-A ningún sitio – contesté rápidamente.
- ¿A dónde vais? – exigió de nuevo.
Miré a Diana.
-Puedes contárselo.
Confiaba mucho en Diana, por tanto, seguí su promesa.
Rápida y resumidamente le conté todo, al terminar, John se quedó pasmado.
-¿Vienes o no? – pregunté con apuro -. No tenemos toda la noche.
-Sí – contestó seria y rápidamente.
Caminamos con decisión hasta llegar a un transportador, nos metimos en él.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Capítulo 7

Me levanté sobresaltada. Ya había amanecido.
¿Acaso era verdad qué estaba en peligro? ¿O era mentira? En ese caso, ¿por qué Alex quería hacerme creer qué estaba en peligro?
Me senté en la cama, clavé los codos en las rodillas y hundí mi cabeza en las manos. Estuve así mucho tiempo, ya que, oí como Diana me llamaba:
- Alma, ¿estás bien? – preguntó preocupada.
- Eh… sí… claro – contesté con voz monótona.
- Es hora de levantarse – se puso de pie.
- Claro, sin problema – contesté con una voz que nunca me había oído usar.
Me levanté lentamente, con esfuerzo.
Me duché, me lavé los dientes y me puse una camiseta fina de color blanco, unos jeans y unos zapatos.
Al terminar, nos fuimos a clase. Podía sentir la mirada preocupada de Diana, aunque no quería verla así, no estaba dispuesta a contarle la verdad porque ni siquiera yo la sabía del todo.
Antes de llegar a mi aula, Diana habló:
- Alma, ¿es por Blanca?
- No, todo lo contrario.
- Entonces, ¿qué pasa?
- Ni siquiera yo lo sé, por tanto, es muy difícil que te lo explique.
Abrí la puerta y me marché, dejando a Diana en la entrada, preocupada y con una cara que reflejaba su incomprensión.
Adentro no había nadie, por tanto, me senté contra la pared y hundí mi cabeza en mis manos.
-¿Qué voy a hacer? – pensé en sollozos - ¿Qué voy  a decir? ¿Cómo voy  a seguir mintiendo a mi mejor amiga?
Estuve mucho tiempo metida en mis preocupaciones, por tanto, levanté la vista. Miré a la mesa: había una nota. La cual decía:
Alma, me temo que hoy no podré darte clase. He tenido que ir a hacer unos documentos y tardaré toda la mañana.
Lo siento.
Profesor Adams.
-¡Genial! – pensé sarcásticamente -. La única manera de olvidarme de mis preocupaciones, va y se esfuma.
Enfadada, me marché del aula.
Caminé hasta la habitación de Diana.
Abrí la puerta y entré.
Como casi no había dormido la noche anterior, decidí dormir una siesta.
Rápidamente, me dormí:
- ¡Alex! – grité.
Me encontraba en el mismo lugar que la noche anterior: un lugar oscuro, con una fina niebla e inhóspito.
- ¡Alex! – volví a gritar.
- Qué – dijo una voz serena y fría detrás de mí.
Salté debido al susto, pero me mantuve firme.
- Dijiste que estaba en peligro, pero, ¿qué puedo hacer para que el peligro cese?
Alex se quedó sin respuesta, ya que, comenzó a caminar lentamente delante de mí, pensativo.
- Tal vez… haya un opción – contestó cuando paró.
- ¿Cuál? – pregunté apresuradamente.
- Me miró a los ojos y dijo:
- Aprender el poder consciente.
Antes de que pudiera decir nada, la niebla se volvió espesa y me desperté.

Un mes después:

Ya había conseguido aprender bastante bien el poder consciente y la relación entre Diana y yo se había suavizado, ya que, aprendiendo el poder consciente me sentía mejor y menos preocupada.
No había vuelto a ver a John desde la reunión y la relación entre Blanca y yo seguía tan tensa como siempre. Y tampoco había vuelto a ver a Alex desde el sueño del mes pasado.

- Buenas noches – me despedí.
- Hasta mañana – Diana apagó la luz del velador.
Estaba tan cansada por el entrenamiento de hoy, que pronto me dormí:
Me encontraba en la vieja casa, la casa en la que murieron mis padres. Pero esta vez, estaba centrada en mi padre. Él estaba preparado y esperando a los atacantes. Los últimos entraron. Mi padre intentó defenderse con… bolas de fuego.
Me quedé desconcertada ante eso, pero seguí atenta.
Aunque se defendió con uñas y dientes, no consiguió parar a los atacantes.
Rápidamente, la escena cambió a la muerte de mi madre. Ella no utilizó el color rojo fuego, sino el azul cielo. Su barrera era de color azul cielo.
De pronto, me desperté. Era de día.
Estaba confundida y pasmada. No entendía nada.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Capítulo 6

Bueno, sé que ha pasado mucho tiempo desde mi última entrada. Por tanto, aquí dejo el capítulo 6. Debo decir también, que tengo todo planeado hasta el capítulo 10, por tanto, el blog va a recuperar su marcha habitual.
Aquí dejo el capítulo:
---
Eran las cuatro y media.
No tenía nada que hacer. Nada.
Blanca había salido con sus amigas. Según ella, todos los viernes se debían salir. Era una norma juvenil. Pero para mí, era más la excepción que la norma.
Odiaba salir. No me gustaba. Sobre todo, porque siempre que salía íbamos al mismo sitio. Siempre. Estaba completamente segura, de que habían hecho un estudio y habían comprobado lo que yo siempre he sabido: los adolescentes somos monótonos.
Nunca cambiamos. Excepto en la ropa. Ésa era la excepción de nuestra monotonía.

Estaba tumbada en mi cama, mirando el techo. Miré el reloj. Eran las cinco menos cuarto. Llevaba cuarenta y cinco minutos así.
 ¡No aguantaba más! Tenía que salir. Aunque solo fuera para dar un paseo.
Salí de la habitación.
Recorrí un pasillo, doble a la derecha, seguí recto, después giré a la izquierda y andando y andando llegué al tejado.
- Y yo que creía que el Cielo no tenía fin – pensé abriendo la puertecilla.
Era hermoso. Parecía un refugio secreto. Todo estaba cubierto de flores silvestres…  Y el maravilloso sol azotando a todas, era la guinda al pastel.
- ¿Te gusta? – preguntó una voz detrás de mí.
Me giré rápidamente. Un poco avergonzada.
- ¿Diana? – pregunté con un poco de desconcierto -. Se supone que no salías hasta dentro de uno hora y cuarenta y cinco.
- Se te ha olvidado el cambio de hora.
- ¿Cambio de hora?
- Sí – afirmó -. Aquí en primavera se cambia la hora.
- Ah.
Ella soltó una pequeña risilla.
- Siento haberte hecho buscarme por todos sitios – dije como una forma de pedir perdón.
- Tranquila, no pasa nada – dijo sin darle importancia.
- ¿Dónde estamos? – pregunté viendo las flores.
- Se le puede llamar invernadero, pero para mí es mi lugar secreto – explicó -.Siempre vengo aquí a pensar y a descansar cuando todo está muy alborotado ahí abajo.
- Y viniste a pensar en dónde podía estar, ¿no? – adiviné.
- Sí.
Estuvimos hora y media charlando y disfrutando de las flores y el maravilloso sol.
                                                            ***
- ¿Vamos? – preguntó Diana poniéndose de pie.
-  ¿A dónde? – respondí interrogativa.
- Es una sorpresa – dijo tirándome del brazo y comenzando a correr.
Bajamos las escaleras y corrimos por los pasillos.
- Espero que no nos vea ningún profesor – pensé mientras corríamos a toda velocidad.

Después de unos minutos de correr a toda velocidad, llegamos al sótano.
¿El sótano?
Sí. Era el sótano.
Estábamos en una de las habitaciones del sótano, y parecía que hubiese una fiesta.
- ¿Una fiesta? – pregunté antes de entrar.
- Más o menos – contestó ella abriendo la puerta.
Al entrar, me di cuenta de porque había dicho eso.
No era una fiesta sino una reunión.
-  Diana, yo no pinto nada aquí – dije mientras intentaba marcharme -. Esto es una reunión.
Ella me cogió del brazo para que no me fuera y dijo:
- Sí, - admitió – es una reunión, pero no es una reunión cualquiera; es una reunión para “no a la guerra”.
- ¿La guerra no había acabado? – pregunté confusa mientras me giraba para poder verla.
- Eso es lo que quieren que creamos, Alma – dijo -. Tengo amigos en último curso, y tienen miedo, ya que, es muy posible que los manden a la guerra.
- Eso es terrible.
- Lo sé – admitió tristemente.
- ¿Vamos… a tomar algo? – pregunté para sacarla de su tristeza.
- Sí, claro – dijo alejando la tristeza con sus palabras.
Nos abrimos paso entre la muchedumbre hasta llegar a una mesa alargada recubierta con un mantel verde hierba y con muchos refrescos.
Cogimos uno cada una.
De pronto, un chico un poco más mayor que Diana apareció detrás de ella:
- ¿Diana, dónde estabas?   - preguntó con un toque de preocupación.
- Fui a recoger a mi amiga – dijo ella dándose la vuelta -. Ella es Alma.
- Encantado – dijo estrechándome la mano – Soy John.
- Él es mi hermano mayor – aclaró Diana.
Estuvimos escuchando los discursos, más o menos, dos horas. Después, estuvimos charlando durante bastante tiempo y cuando me quise dar cuenta, ya era de noche.
- Será mejor que nos vayamos a dormir, – dije arruinando la diversión – Ya es muy tarde.
- Sí – coincidió Diana - ¿Vienes, John?
- Yo me quedaré un rato más.
- De acuerdo – aceptó su hermana -. Adiós.
- Hasta la vista – me despedí.
- Hasta pronto.
Intentamos salir, pero tardamos un poco, ya que, había mucho gentío.
Cuando conseguimos salir, fuimos a nuestros cuartos.

Pronto llegamos a la esquina que separaba el pasillo de Diana del mío.
-¿Te acompaño a tu cuarto? – pregunté.
- Eh… claro – contestó un poco desconcertada ante la pregunta.
Caminamos tranquilamente hasta llegar a su habitación.
Cuando estuvimos en la puerta, me dijo:
-Sé que nos conocemos desde hace poco, - comenzó con timidez – pero creo que eres una gran persona y… bueno… quisiera preguntarte que si quieres compartir cuarto conmigo.
- Ahora estoy con mi hermana Blanca, pero me lo pensaré ¿vale?
- Sí, claro – aunque contestó con un poco de “alegría” se notaba  que en su voz había una nota de decepción.
Se dio la vuelta, abrió la puerta y se marchó cerrándola tras ella. Yo, al mismo tiempo, me marché a mi habitación.

Al abrir la puerta, me encontré con Blanca caminando como una posesa para todos lados. Al cerrar la puerta, me miró con cara de enfado.
-¿Se pude saber donde estabas? – casi no se podía distinguir si era una pregunta o una exclamación.
- Con unos amigos.
- ¿Qué amigos?
- Unos – comencé a caminar hacia mi cama.
- ¿Quiénes?
- Una chica que conocí en la biblioteca, su hermano mayor y algunos más.
- ¿Y ellos no se dan cuenta de que es muy tarde?
- Por eso hemos venido ahora – contesté comenzando a enfadarme.
- No quiero que salgas con ellos – afirmó muy decidida.
- Tú no decides con quien salgo o con quien no – dije enfadada y poniéndome de pie -. Ni siquiera les conoces.
- Soy tu hermana mayor, por tanto, tengo derecho suficiente para decidir con quien sales.
- Desde que hemos llegado aquí, no te has preocupado por mí ni una sola vez, por tanto, ahora no te hagas la mandona – le repliqué mientras caminaba hacia la puerta.
- No tienes a donde ir, por tanto, te quedarás aquí – contestó con un tono chulito.
- Claro que tengo a donde ir – abrí la puerta y me marché dando un portazo.
Caminé con decisión y un poco de enfado hacia el cuarto de Diana.
Di unos golpecitos a la puerta y, rápidamente, Diana me abrió.
-¿La oferta sigue en pie? – pregunté con timidez.
- Claro, pasa.
Entré. Era igual que mi antigua habitación, aunque, esta me gustaba más, ya que, estaba con una buena persona.
-Esa es tu cama – dijo señalando la cama de la ventana.
- De acuerdo – acepté -. Por cierto, ¿tienes algún pijama que me puedas dejar?
- Creo que tengo uno en el armario.
Fui hasta allí y lo busqué. Moví un poco la ropa hasta que lo encontré. Me lo puse y fui a la cama.
- Buenas noches
- Buenas noches – ella apagó la luz de la lámpara de la mesita de noche.
Cerré los ojos y me dormí.
Al instante, todo se volvió negro, frío y cubierto de una fina niebla. A la lejanía vi a un chico. Rápidamente, se acercó a mí.
-¿Alex?
- Eres una tonta – dijo de repente, con enfado.
- ¿¡Qué!?
- No has hecho caso a mi advertencia.
- Pero… - intenté disculparme – parecen buena gente. No parecen peligrosos.
- Parecer no basta.
- Son buena gente.
- ¿A eso se excluye la discusión que acabas de tener con Blanca?
- Eso es otro tema – dije alzando mi voz una octava, ya que, mi enfado volvió a florecer.
- Estás en peligro, Alma – suavizó su voz -. Créeme, lo estás. Y si no me haces caso, morirás.
La niebla que había, se intensificó hasta no poder ver a Alex.
-¡Alex, espera! – le pedí.
Pero fue en vano, ya que, de repente, me desperté.
Ya era de día.

domingo, 14 de agosto de 2011

Capítulo 5

Me desperté sobresaltada.
No era posible.
 No.
¿Acaso Blanca y Tía Holly me habían mentido?, ¿o era Alex el mentiroso?
No tenía ni idea, pero de una cosa estaba segura: estaba en peligro.
¿Acaso sus propios camaradas habían matado a Tía Holly? Y  si así era, ¿por qué?
Y si Alex era el mentiroso, ¿por qué me hacía esto?, ¿para qué? ¿Qué quería de mí?
De pronto, sonó el despertador.
Salí de la cama de un salto y me fui al baño para darme una ducha de agua fría. Eso siempre despejaba mi mente.
Pero esta vez no lo hizo.
Todavía seguía en mi laberinto, y no encontraba ni una pista para poder salir.
Me terminé de secar, me lavé los dientes y me vestí.
En menos de quince minutos ya había terminado.
Esperé a que Blanca terminara de vestirse, y juntas fuimos al comedor.
Paseamos por los pasillos como cualquier otro alumno.
Llegamos al comedor. Nos sentamos junto con las amigas de Blanca y ellas empezaron a charlar sobre un examen, o algo parecido, pero no les presté atención. Yo tenía mis propios problemas.
Cuando terminamos de desayunar ellas se fueron por un pasillo y yo me fui por otro, acompañada por muchos otros alumnos.
Pronto llegué a mi sala.
El profesor Evans me esperaba dentro:
- Buenos días, Alma.
- Buenos días, profesor.
- Profesor, ¿qué son Los oscuros exactamente?
- Esa es una pregunta que he estado esperando a que me la hagas – dijo -. Se puede decir que son los ángeles caídos, los servidores del infierno y del Diablo.
- ¿Y sus poderes son iguales a los nuestros?
- Más o menos – contestó neutralmente -. Sus poderes están basados en los que tenían cuando eran ángeles, pero los sentimientos oscuros como el odio la ira… los convierten en poderes de destrucción, poderes apocalípticos.
- Comprendo.
De pronto, mi cerebro formuló una pregunta que mi boca no pudo evitar decir:
- ¿Es posible que un Oscuro vuelva a ser ángel?
- Es muy difícil.
Después, un profundo silencio se apoderó de la sala.
- ¿Seguimos con la clase? – pregunté para romper el hielo.
- De acuerdo.
Él sacó la plantita del armario y la puso sobre la mesa.
- Vamos – me animó.
Pensé en un recuerdo feliz relacionado con la naturaleza:
Tía Holly, Blanca y yo estábamos tiradas en la fresca hierba del campo. Era un día soleado, y lo único que hacíamos era disfrutar del precioso sol.
Después, abrí los ojos.
La planta había revivido.
Pestañeé.
La planta estaba muerta.
- ¿¡Cómo es posible!? – pregunté exaltada.
- Piensas en la muerte, Alma – me explicó tranquilamente el profesor Evans -. Recuerdas a alguien que ha muerto. Es un recuerdo feliz, sí, pero en él entra la muerte, por tanto, no es feliz del todo.
- Tía Holly – dije por lo bajinis.
- Prueba otra vez.
Cerré los ojos y pensé en un recuerdo:
Salía de casa, (tendría unos siete años) iba muy feliz con mi regadera al patio trasero a regar a las plantas. Cuando llegué, empecé a regarlas.
Abrí los ojos, y allí estaba la planta. Viva.
¡Estaba viva!
- ¡Muy bien, Alma!
- ¡Lo he conseguido!
Grité, salté y me felicité por toda la habitación.
- ¿Y ahora? – pregunté llena de entusiasmo.
- Ahora vas a ir a descansar.
- ¿Descansar? – pregunté mientras mi entusiasmo desaparecía.
- Sí – afirmó -. El poder consciente necesita un gran tiempo de descanso y tranquilidad. Y por lo que puedo ver tú no estás tranquila.
- No, no lo estoy – admití eufórica.
- Ve a tomar algo, a dormir, a leer…, mañana seguiremos.
- De acuerdo – dije algo atontada.
Después, me marché.

A estas horas, todos estaban en clase, así que, decidí vagabundear por los pasillos.
Mientras caminaba, encontré la biblioteca. No tenía nada que hacer, así que, entré.
Solo había una chica, exceptuando al bibliotecario.
Cogí un libro cualquiera y me senté al lado de la chica.
Abrí por una página cualquiera y comencé a leer:
Amanda estaba aovillada en la esquina más recóndita de la sala, pero eso no bastaba para detener a (…)
 Se me ocurrió levantar la vista y vi que en el montón de libros que tenía la chica, había uno titulado: Los oscuros.
- ¿Puedo? – le pregunté poniendo una mano en el libro.
- Claro.
Lo cogí y empecé a leer por la página 1.
No leí ni la segunda palabra cuando la chica se presentó:
- Soy Diana.
- Yo soy Alma – me presenté -. Por cierto, ¿qué haces con tantos libros?
- Estoy estudiando para un examen de la semana que viene.
- ¿No se supone que tienes que estar en clase?
- Es mi hora libre – respondió -. No te he visto por clase, ¿eres nueva?
- Más o menos.
- Espera, - dijo como si hubiera descubierto algo muy importante – eres Alma… ¿no tienes un profesor particular?
- Sí.
- ¿Puedo preguntar por qué?
- Sinceramente, no tengo ni idea.
Las dos nos reímos.
Empezamos a charlar y pronto nos hicimos amigas.
En una hora, ya nos habíamos quedado sin tema de conversación. Por “suerte”, sonó la campana que indicaba la hora de comer.

- ¿Te quieres sentar con nosotras? – me preguntó antes de entrar al comedor.
- Claro, sin problema.
Nos sentamos con unas chicas de, más o menos, nuestra edad. Hablamos un poco, y después comenzamos a comer.
Al terminar, acompañé a Diana a su clase.
- ¿Quieres quedar a las seis y media aquí? – me preguntó antes de entrar a la clase.
- Claro.
- Vale, hasta luego – se despidió.
- Adiós.
Después, me marché.

martes, 26 de julio de 2011

Capítulo 4

- ¿Y ahora? – pregunté.
No sabía qué hacer ni que decir. No porque “no supiera”, sino porque “no entendía” lo que pasaba.
- Estás en peligro.
- Eso ya lo sabía desde que mataron a Tía Holly – expliqué.
- ¿Holly ha muerto? – parecía como si nadie se lo hubiese dicho.
- Sí.
- Era una buena persona – dijo a la nada.
- Lo era – agregué apoyando lo que había dicho.
Me sentía triste al recordar su muerte. Me sentía tan triste que unas cuantas lágrimas se deslizaron por mis mejillas hasta caer al suelo.
De repente, el suelo se convirtió en agua:
- ¡Alma, para! – me ordenó el profesor Evans intentando nadar.
- ¡No sé cómo!
- Piensa en un recuerdo feliz.
Le obedecí. Recordé cuando Blanca y yo éramos pequeñas y jugábamos al escondite en un bosquecillo cerca de la ciudad.
Cuando abrí los ojos, el suelo había vuelto.
- ¿Qué… qué… ha pasado?
- Has usado tus poderes. – explicó -. Has utilizado el mental sin darte cuenta.
- Pero yo quiero darme cuenta de lo que hago.
- Por eso yo te enseñaré a controlarlos.
Yo asentí.
- Acompáñame – dijo tranquilo y abriendo la puerta.
Iba a saltar de la cama, cuando me di cuenta de que ya no estaba.
- Debiste haberla quitado inconscientemente cuando inundaste la sala.
- Tal vez.
Caminé hasta llegar a él y juntos nos marchamos de la sala.

Salimos del colegio y me llevó hasta un paseo que estaba frente a un jardín.
- Tu madre era una persona especial – dijo deteniéndose y mirando por una de las ventanas sin cristal.
- ¿La conoció?
- Fue una de mis mejores amigas.
- ¿A sí?
- Sí – afirmó -. Junto con Holly.
- ¿Tía Holly?
El movió la cabeza en señal de afirmación.
Al terminar, salió de la ventana y siguió caminando. Yo di una zancada larga para ponerme a su altura.
Caminamos en silencio durante un rato.
- El Consejo no quería que te lo dijese pasados unos meses… - comenzó -. Pero creí que sería justo que lo supieses de una vez por todas.
Ahora que salía el tema, Tía Holly nunca me había dicho nada sobre mis padres. Ni siquiera como murieron.
- La muerte de tus padres… - dijo tímidamente – está “relacionada”… con el sueño que tenías por la noche.
- ¿Su muerte fue parecida?
Se detuvo y dio media vuelta para poder mirarme a los ojos:
- Ésa fue su muerte.
Me quedé paralizada, no me lo podía creer. Había estado soñando la muerte de mis padres sin darme cuenta.
Aunque mi cerebro no reaccionaba, mi boca preguntó rápidamente:
- ¿Quién los mató?
- Según tu recuerdo, fueron Los oscuros.
- ¿Por qué les mataron? ¿Qué hicieron?
- Estábamos en guerra, Alma.
- Solo fue por eso – dije con la cabeza gacha y disminuyendo la voz.
- Solo por eso – repitió el profesor Evans con el mismo tono de voz que el mío.
Durante un largo rato, un silencio tan fría y profundo que ni el mismísimo sol podía derretir. Aunque, una palabra de alguno de nosotros podía romperlo:
- ¿Quieres seguir practicando? – preguntó cálidamente el profesor Evans.
- Sí.
- Pues volvamos.
Volvimos al colegio y fuimos a la misma sala.

Él sacó una macetita circular con una planta muerta.
- Pobrecilla – dije con pena.
- Sí, pero tú puedes revivirla.
- ¿Cómo?
- Concéntrate.
Cerré los ojos y pensé en un recuerdo bonito:
Éramos Blanca y yo con más o menos cinco y seis. Estábamos en la habitación de Tía Holly y nos estábamos probando su ropa. Nos quedaba enorme, pero nos daba igual. Nos imaginábamos unas modelos súper famosas.
Después, abrí los ojos. Pude ver que solo una hoja había revivido.
Me desilusioné:
- No te desilusiones, Alma, – me alentó el profesor Evans – todo no sale a la primera.
Hizo un gesto con la mano, y la planta revivió de inmediato.
- Un consejo: piensa un recuerdo relacionado con lo que tienes o lo que deseas hacer.
- No lo entiendo.
- Ten un recuerdo sobre una planta, la naturaleza, las flores… o un recuerdo sobre revivir – explicó -. Pero dudo que tengas un recuerdo sobre eso.
- Comprendo.

Estuvimos así todo el día, hasta que llegó la hora de comer.
Al terminar, me fui a mi cuarto. Pensaba salir un poco, pero mientras estábamos comiendo había empezado a llover.

Cogí un libro de la pequeña estantería:
- ¿De qué va? – le pregunté a Blanca enseñándole el libro.
- No tengo ni idea – dijo sin apartar la vista del ordenador.
Hice una mueca de disgusto, pero no dije nada.
Me recosté en la cama y comencé a leer:
Marie estaba tumbada en la hierba del claro cuando el radiante sol de primavera la cegó.
De pronto, el sueño me inundó pero seguí leyendo:
Cuando despertó…
En ese instante me dormí.
Estaba en un claro. De pronto, una voz se oyó detrás de mí.
- Alma.
 Era suave, pero se notaba que había un toque de urgencia. Me giré rápidamente. Era Alex, mi compañero de clase.
- ¿Alex?, ¿qué haces tú en mi sueño?
- No, Alma. Te equivocas. Tú estás en el mío. Te he llamado.
- ¿Para qué?
- Estás en peligro. Estando con ellos estás en peligro.
- ¿Y tú que sabes?
- Mis superiores me mandaron la tarea de protegerte durante todos estos años. También sé quienes mataron verdaderamente a tus padres.
- ¿Quiénes?
- Las mismas personas con las que convives ahora mismo.