"Mi objetivo como escritor es desaparecer dentro de la voz de mi historia, convertirme en esa voz." Michel Dorris. (Escritor).



sábado, 11 de junio de 2011

Capítulo 7: Atrapada.

 Amanda terminó de comer.
Ya no se fiaba de Adam. ¿Cómo podía seguir fiándose de él? Ella no tenía ni idea de porqué no confiaba en Adam, pero algo le decía que debía escapar. Salir de allí. Alejarse de él.
El ruido que hizo Adam al dejar el tenedor en la mesa la sacó de su concentración.
-         ¿Te pasa algo? – preguntó él tranquilo – Se te ve rara.
Amanda estuvo a punto de gritarle todo. Todo lo que había dicho. Todo lo que su padre pensaba de él.
Pero… ¿qué era lo que había escuchado? Tal vez era una sorpresa para ella, un regalo, y… su padre… ¿qué pensaba en realidad de él? Tom se podía equivocar.
Así que, no dijo nada:
-         No, nada, estoy bien.
-         Entonces pido la cuenta y nos vamos a dar un paseo, ¿te parece?
-         No, gracias – negué lentamente con la cabeza – Estoy cansada.
-         Vale.
Pagó y salieron del restaurante.

Cuando llegaron al hotel, fueron a su  habitación.
-         Buenas noches – se despidió.
-         Hasta mañana – dijo ella, y apagó la luz.

Se despertaron cuando el sol empezó a asomarse por su ventana. Se levantaron y se vistieron. Amanda se puso un vestido playero rosa claro, era discreto, pero bonito. Al salir, vio que Adam ya estaba listo.
-         ¿Bajamos a desayunar? – preguntó.
-         Claro – dijo sin entusiasmo alguno.
Caminaron por los pasillos agarrados de la mano, cosa que a Amanda le molestaba.
Cuando bajaron al bajo, fueron al restaurante del hotel, allí, estaban todos los clientes desayunando.
La pareja se sentó en una mesa cerca de las frutas. La chica no tenía ganas de comer nada caliente así que, tomó un zumo natural.
Al terminar de desayunar, Adam le preguntó:
-         ¿Quieres ir de comparas?
Amanda no tenía ganas de salir, cosa que reflejó en su cara.
-         ¡Venga, vamos! – la animó Adam – Será divertido.
-         De acuerdo – aceptó a regañadientes.
En otras circunstancias habría jurado que lo hacía para verla feliz, pero ya no se creía sus triquiñuelas.

Llegaron a una tienda de caballeros.
Él empezó a ver camisas y, Amanda fue al servicio.
Al llegar, entró y cerró la puerta muy silenciosamente. Sacó el móvil del bolso y llamó a su padre:
-         ¡Amanda! – dijo él alegre.
-         Papá, necesito ayuda – dijo su hija con miedo – Estoy en peligro.
-         ¿Estás bien?, ¿te ha hecho algo?
-         Papá, yo…
De repente, la puerta se abrió y apareció Adam. Le arrancó el móvil de la mano y habló con voz peligrosa:
-         No, no está bien – dijo y lo apagó.
La cogió del brazo y la llevó a tirones hasta el subsuelo de la tienda. Al llegar a una pared, le ató las manos a unas cadenas que había. Después se marchó.
-         ¡En menos de dos días tendrás a todo el FBI y a toda la policía de Estados Unidos pegados a tu culo! – gritó ella justo cuando él abrió la puerta.
-         Créeme en dos días estaré tan tranquilo como siempre, porque tú serás mi pasaporte de huida – dijo, y se marchó.
A llegar a la tienda, Adam llamó a Tom.
- ¡Amanda! – dijo él desesperado.
- Si quieres volver a ver a tu hija viva, déjame la carretera noventa y seis libre de E.E.U.U.– dijo.
Después, apagó el móvil.

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